Real Academia Nacional de Medicina

Académicos







Académico de Número
Real Academia Nacional de Medicina

Toma de Posesión: 28/04/1861

Sillón nº 3

Fallecimiento: 04/07/1880


Biografía:

No parece oportuno, sino que, por el contrario, obligado y conveniente, aprovechar la ocasión de cumplirse cien años de su defunción, para rendir el merecido homenaje y emocionado recuerdo al que fue ilustre miembro de esta Corporación excelentísimo señor Dr. D. Melchor Jose Mª. Sánchez de Toca y Sáenz de Lobera, figura señera de la Medicina española de su tiempo, prestigioso profesor de San Carlos, que durante cerca de medio siglo prestó una inestimable colaboración en la Academia e incluso rigió desde el sillón presidencial una larga etapa, reconocido unánimemente por sus miembros como de gran valía y destacada personalidad.

A estas horas, y ante perspectiva suficientemente dilatada que nos permite con ecuanimidad enjuiciar los hechos y circunstancias de aquella época, puede resultar incluso aleccionador para reparar con suficiente detenimiento en biografía tan rica y colmada como la de este personaje, que procuraremos retratar con honesta fidelidad en estas páginas, huyendo de establecer comparaciones, no siempre muy apropiadas, y por considerar justa aquella frase usada ya por nuestros clásicos y que, entre otros, dejó estampada Cervantes en el libro universal del "Famoso Hidalgo": Comparisons are odious.

EI que después seria marqués de Toca nació en Vergara, la pintoresca y evocadora villa guipuzcoana, el día 5 de enero de 1804. Fue hijo legítimo de Andrés Sanchez de Toca, de oficio boticario, según reza literalmente la partida de nacimiento de la parroquia de San Pedro de la referida, donde el recién nacido recibió el sacramento del bautismo de manos del presbítero beneficiado don Juan de Echevarría Elorriaga, que actuó como oficiante en la ceremonia, con expresa licencia del cura beneficiado don Juan Francisco de Torzano.

Su madre fue Dña. Maria Gabriela Sáenz de Lobera, natural de la misma villa de Vergara; el padre, don Andrés, era oriundo de la Montana, de la propia ciudad de Santander, y, por tanto, es notorio que por las venas del recién nacido corría sangre cántabra, y así heredó un carácter firme y austero, adornado con las envidiables virtudes que atesoran las gentes de esa tierra norteña.

Nuestro personaje disfrutó de una vida muy dilatada, a contar con la perspectiva media de vida de la época, falleciendo el día 4 de julio de 1880.

Sus restos recibieron sepultura eclesiástica en el cementerio de Vergara, como se acredita en la correspondiente partida de defunción, firmada por el cura de la parroquia de San Pedro Apóstol, D. Pablo Garacoichea Ormechea, dentro de cuya jurisdicción estaba asentada la casa solariega, fundada por sus antecesores y conservada esmeradamente por él.

También consta que testó en Madrid, en la notaria del señor Sanchez, legando normalmente sus cuantiosos bienes.

Le tocó vivir en una época muy singular y máximamente azarosa de la historia de España, a lo largo del debatido siglo XIX, esa época de verdadera encrucijada que, al decir de Salvador de Madariaga en su libro España, Ensayo de Historia Contemporánea, constituye "una era de reconstrucción nacional desde el mismo suelo" tras el hundimiento de la era borbónica y la tremenda peripecia revolucionaria.

Queda atrás el "Absolutismo ilustrado" (como se prefiere definir ahora), que tenía como lema y leit motiv: "Todo por el pueblo, pero sin el pueblo"; de "tutela a la libertad" y de positivas realizaciones en la España de Carlos III, suprimiendo, por ejemplo, el monopolio del trafico con las Indias adscrito por entonces a Cádiz, con crecimiento notable de la industria naval y la textil, desarrollo de una mentalidad nacional racionalista y radical (que ya cabe definir como el Enciclopedismo) y una clara tendencia extranjerizante y renovadora.

Al tiempo que el resonante eco y consecuencias de la Revolución francesa iban sedimentándose con apaciguamiento de sus mágicos y subyugantes "principios' en toda Europa, las guerras con Inglaterra, el desastre de Trafalgar y la guerra de la Independencia preparan e instauran el siglo decimonónico con el "liberalismo" como sistema oficial y como expresión simbólica de la crisis del antiguo régimen que parece para muchos definitivamente periclitada. Con razón ha sido llamado el "siglo de las revoluciones" por la reiteración de estos drásticos acontecimientos que tantos daños acarrean al país.

El segundo tercio se inaugura con la "Pragmática sanción" fernandina, que anula la Ley Sálica para dar paso al trono a su hija la princesa Isabel, con el planteamiento de inmediato del consiguiente pleito e instauración de un liberalismo de nuevo corte, minoritario y selecto.

El momentáneo triunfo de los moderados sobre los progresistas, sus oficiales oponentes, con la reforma de la Constitución del 37, el industrialismo y recuperación económica que lleva consigo, a mediados de siglo, el fracaso de los extremismos, a lo que sigue la revolución del 68. La restauración, después, instaura una etapa de normalidad, al menos aparente (aunque sin soluciones validas al acuciante y grave problema social que exige cada día una más radical y urgente atención), que se ha llamado por los tratadistas el "remanso de la Restauración", con la dinámica del "turnismo", hasta culminar al final de esa época con una inquietante situación política y nacional, caracterizada por circunstancias demasiado cambiantes y singulares que dificultan la deseada normalización estabilizadora y duradera.

Siglo de contradicciones y ensayismo suicida, de tejer y destejer, de cambios constantes y a menudo radicales, que considerado aun en breves períodos justifica aquello de que "la Historia se repite" y da pie para recordar por sus resultados tan escasos y pobres la expresiva estrofa becqueriana:

Hoy como ayer, mañana como hoy

¡y siempre igual!

Un cielo gris, un horizonte eterno

¡Y andar y andar!

También así se explica dentro de nuestro recinto o campo académico la evolución -por fortuna perfeccionista- de nuestra Academia, que empezó por una "tertulia" de rebotica, pasando después a titularse Academia Medica para el estudio de la Historia Nacional y Medica de nuestro país por Real Cedula de Felipe V, quien, también en 1738, se digno admitir como Real Academia Medica Matritense, distrital o provincial, dentro del plan general de las Reales Academias de Medicina y Cirugía, para volver a su carácter de Nacional en noviembre de 1861.

A la par de esos cambios y transformaciones se fue creando un Cuerpo de ilustres figuras medicas de destacado prestigio en su tiempo y entre las que sobresalió sin duda, entre otras, nuestro biografiado, el doctor don Melchor Sanchez de Toca y Sáenz de Lobera, primer marqués de Toca, que nació y creció en ese singular escenario sociopolítico patrio, variopinto y desconcertante.

Sorprende, de entrada, la escasez de datos biográficos que podemos manejar para componer a estas horas la personalidad de nuestro personaje, y apenas si dos o tres trabajos serios al respecto merecen nuestra atención y consulta, y aun así, la parquedad de las noticias y matizaciones es notoria y lamentable.

Suponemos, con López de la Vega y con García-Tornel (que le destacó como figura quirúrgica de primerísima fila en su discurso de ingreso en la Real Academia de Medicina y Cirugía de Barcelona, e 1 de febrero de 1948), que sus primeros años los paso Sánchez de Toca plácidamente en el medio familiar propio, de clase media acomodada y en ese ambiente sana y tradicionalmente industrioso de la villa guipuzcoana donde vio la primera luz.

Ingresó el 1 de octubre de 1813 en el Seminario de Vergara, siguiendo la costumbre de aquellos tiempos, en que las familias españolas tenían a gala que sus vástagos se formaran en los centros de formación eclesiástica, para que se instruyeran debidamente en Latín y Humanidades, amén de las otras materias complementarias y de rigor. En ese centro destacó pronto por la brillantez de su inteligencia y responsable laboriosidad y adquirió un conocimiento del latín que conservó de por vida; lo hablaba a la perfección.

Seguidamente se graduó de bachiller en Filosofía por la Universidad de Oñate, desarrollando algún tiempo después labores docentes en diversas materias dentro del centro universitario (especie de Colegio Mayor) que por entonces se creó en Vergara, época aquella -1823- en que le sorprendió la invasión francesa y la guerra de la Independencia, que tanta repercusión tuvo por su epopéyica trascendencia en el total solar patrio, sin distinción de matices ni clase social.

Tres años más tarde, en 1826, ingreso en el Colegio de San Carlos, donde hizo brillantemente, curso a curso, la carrera, licenciándose y doctorándose con las máximas calificaciones.

Durante sus estudios fue alumno disector y discípulo directo de Argumosa, a la sazón profesor de Disección y cirujano de alta calidad y prestigio dentro y fuera del medio universitario, que dedicaba a la Cátedra lo mejor de sus actividades, formando discípulos muy sobresalientes; a la cabeza de ellos, sin duda alguna, nuestro Sanchez de Toca.

Éste, al finalizar sus estudios en 1831, fue designado ayudante disector propietario y dos años más tarde disputó y obtuvo el premio extraordinario, que le fue entregado en sesión pública en diciembre de ese mismo año.

El 12 de enero de 1834 consiguió el título de doctor, demostrando ya por entonces una capacitación y habilidad poco comunes como anatómico y disector y un prestigio profesional indiscutible y rápidamente superado pese a su juventud, lo que le instigó para lanzarse con entusiasmo a la conquista de metas más elevadas. En efecto, en 1836 realizó brillantes ejercicios en oposiciones a cátedra, y al año siguiente, el 20 de marzo de 1837, en un segundo intento, triunfó rotundamente, alcanzando la unanimidad del Jurado calificador o Junta escolastica y aclamado entusiásticamente por los que presenciaron el torneo. En consecuencia, fue designado por Real Orden catedrático supernumerario en propiedad de San Carlos, con el encargo de disector anatómico del mismo.

También fue consecuencia lógica del alto prestigio y renombre que rápidamente logró entre la elite de la Medicina española, y de la sociedad madrileña concretamente, por lo que en sesión celebrada el 1 de abril de 1837 (en plena madurez, alcanzada pese a su corta edad) fue recibido como miembro numerario de la Academia Medica Matritense, que entonces era ya, según escribe García-TorneI, "un brillante sol de debates científicos, de lecturas profundas, de discusión, en fin, que dejó recuerdos indelebles en obras tan acabadas que no terminaran nunca".

Le fue asignada e impuesta la medalla núm. 3 y adjudicado el sillón correspondiente, en el que le sucedieron después, sucesivamente, figuras también preclaras de su época: don Juan Creus y Mansó, don Eugenio Gutiérrez González, conde de San Diego, y don Joaquín Decref y Ruiz.

Siendo presidente de la Corporación don Sebastián Asotravieso, por serlo de la Junta Superior Gubernativa y a tenor de lo dispuesto por Decreto de 15 de enero de 1831, que reformó a la Academia, cesando el decano de los médicos de Cámara que hasta entonces ostentaba el cargo rector.

Poco tiempo después, en 1842, fue designado Sánchez de Toca cirujano de Palacio, y más tarde, en virtud de méritos relevantes contraídos en la asistencia médica de la familia real, fue distinguido con el título nobiliario de marqués de Toca, muy a propósito para encuadrar a la perfección su prestancia personal y natural distinción.

Como expresión de su carácter intuitivo y decisor, y al mismo tiempo con el fin de hacer algo amena la presente crónica, quizá merezca la pena narrar en este punto una anécdota harto significativa que raya en lo pintoresco realmente:

Cuando la reina Isabel II sufrió el atentado protagonizado por el vesánico cura Merino, fue trasladada inmediatamente a Palacio, donde se presentó de inmediato y le practicó la primera cura el marqués de San Gregorio, médico de Cámara. Avisado urgentemente el doctor Sanchez de Toca, en quien tenía puesta su total confianza la familia real por su categoría bien acreditada de insuperable cirujano, llegó en poco tiempo al lado de la reina y, una vez que hubo revisado la herida y cura, solicitó con toda premura dispusieran para salir de inmediato un coche con los corceles mas rápidos de las caballerizas reales, porque se veía precisado a realizar una visita urgente. Así se hizo y el marqués de Toca se trasladó raudo a la cárcel y allí hizo que le llevaran inmediatamente a la presencia del cura regicida, al que se dirigió apremiándole: "Dime sin rodeos con que veneno o ponzoña has impregnado el puñal." A lo que el interpelado, con notoria perplejidad, respondió: "Torpe de mí, se me olvido ese detalle."

También en otra ocasión trascendente para la historia de España se manifestó su gran experiencia y maestría científica. Las heridas que sufrió el general Prim, víctima del conocido atentado que le costó la vida, fueron calificadas con favorable pronostico por los médicos que le asistieron en los primeros momentos, pero Sanchez de Toca, llevado ante el herido por amigos suyos, después de revisar cuidadosamente las lesiones auguro un porvenir funesto a corto plazo, previendo la posibilidad de una complicación septicémica grave, que en aquellos tiempos era difícil de remediar o atajar.

Sus escasos biógrafos coinciden en apreciar las excepcionales cualidades que como cirujano tenia nuestro personaje, ya que poseía una solida base anatómica y era expertísimo disector, lo que le permitía abordar con natural facilidad y plena seguridad regiones anatómicas muy difíciles y peligrosas, como las del cuello, cirugía que le era preferida.

Por su carácter intuitivo y consciente osadía era de admirar en ella perfección en la técnica quirúrgica y la seguridad y acierto para resolver todo género de contingencias y dificultades imprevistas, que con tanta frecuencia sorprenden al cirujano en el quirófano y que le obligan a tomar -sobre la marcha- determinaciones radicales y a menudo verdaderamente heroicas.

La rapidez y la habilidad eran condiciones a tener en cuenta primordialmente en el cirujano de aquellos tiempos, que se veía obligado a intervenir sin el recurso maravilloso de la anestesia, que fue descubierto por Morton en 1846, y nuestro personaje era catedrático y famoso cirujano ya en 1837. Durante esa década las intervenciones quirúrgicas tenía que arrostrarlas el cirujano sobreponiéndose al terrible dolor que sufría el enfermo durante todo el acto quirúrgico y después, y por eso, era preciso actuar con rapidez y abreviar al máximo la intervención, sin menoscabo, naturalmente, de su perfección y correcta técnica.

Sanchez de Toca no fue solamente un cirujano experto -en grado incalificable por lo magnifico-, sino que poseía una gran cultura medica, y como expresiva muestra señalemos que por su iniciativa se celebró el Primer Congreso de Medicina el año 1865, en el que participó con gran entusiasmo y presentó una notable comunicación sobre un tema eminentemente medico: "Critica del tratamiento de la tuberculosis pulmonar", vertiendo ideas personales y conceptos de gran interés, absolutamente inéditos y acertados en aquella época, en que aun era desconocida la etiología bacteriana de la enfermedad que descubriera Roberto Koch casi veinte años después.

Como profesor se distinguió Sanchez de Toca por el exacto cumplimiento del deber, atendiendo a la Cátedra con toda puntualidad y dedicación, sin detrimento de su actividad profesional, verdaderamente extraordinaria, pero siempre ésta relegada a segundo lugar. Asimismo cuidaba personalmente de sus enfermos sin delegación y rémora, ni distinción ostensible entre los hospitalizados en San Carlos y los privados de su consulta particular, comprendiendo, como Hegel, que "la vida no es algo, sino que es simplemente la ocasión para algo".

En el quirófano tampoco hacia dejación de sus obligaciones; a diario y personalmente seguía el postoperatorio con esmero y máxima atención, dando así saludable ejemplo a sus ayudantes y a todos los que le rodeaban.

Parece que se distinguía por su dicción correcta, sin presumir de ostentosa elocuencia, y poseía excelentes cualidades para la enseñanza, que practicaba -sin proponérselo- en cualquier ocasión o circunstancia. En su Cátedra menudeaban las lecciones prácticas sobre el cadáver, para recordar detalles anatómicos que fuesen de marcado interés quirúrgico o para realizar ante los alumnos intervenciones que le parecían más interesantes por su frecuencia en la práctica diaria o por algún otro detalle o conveniencia.

En su época, como ya queda señalado más arriba, disfrutó de una fama extraordinaria como cirujano no solo en el ambiente popular, sino que también en los medios profesionales madrileños y españoles.

Con su fama y prestigio cimentó una fortuna personal que crecía incesantemente y a la que daba menor importancia, hasta el punto de que consta que la perdió totalmente y la rehízo tres veces consecutivas, consecuencia de su desprendimiento y despreocupación, secundado por los que le rodeaban en el seno familiar, que se fueron formando a su imagen y ejemplo.

Pese a esa elevada categoría (como consecuencia lógica de su alto prestigio), se distinguió siempre como persona normal y sencilla, nada engreído ni orgulloso, y en su intimidad y ánimo altamente cultivado (con fundamentos morales y religiosos heredados de sus mayores y del ambiente vasco en que creció los primeros años, que le imprimieron carácter y firmeza) seguramente imperaba aquel sentimiento semejante al que a Carrel, lo mismo que a Fleming, hizo exclamar con palabras de corte franciscano: "He sido un humilde instrumento de Dios, compadecido del dolor de los hombres".

También en la Academia adquirió muy pronto gran predicamento y ascendiente y tras desempeñar diversos cometidos en la Directiva (con la meticulosidad y dedicación que le eran proverbiales) fue elegido unánimemente para el cargo de presidente el 21 de diciembre de 1866, y reelegido el 23 de diciembre de 1868 y el 6 de febrero de 1876; poco después cesó por decisión propia, comprendiendo que sus achaques y deficiencias naturales de su avanzada edad constituían una rémora seria para atender debidamente a tan importante cometido.

Durante su mandato, la Corporación vio crecer su prestigio científico dentro y fuera del país, amparado en el de sus miembros (en todo tiempo escrupulosamente seleccionados), y a la cabeza de ellos el doctor Sánchez de Toca, tan prestigiado y reconocido por su excelente calidad en todos los sectores y ambientes sociales. Él inspiró la reforma de los Estatutos, confirmándose seguidamente en los nuevos la titulación de Real Academia Nacional de Medicina.

Nuestro biografiado concurría frecuentemente a reuniones y Congresos en el extranjero (donde su personalidad era también conocida y apreciada), participando en ellos con su gran experiencia quirúrgica y sapiencia. A guisa de ejemplo o botón de muestra recordemos su brillante contribución en el Congreso Médico de 1864, donde presentó curiosas observaciones sobre el cáncer, que resultaron altamente interesantes y aleccionadoras.

Desgraciadamente no publicó en la medida de sus posibilidades y conocimientos, seguramente por escasez de tiempo, que ocupaba totalmente en el cumplimiento de sus deberes oficiales y profesionales, dando siempre preferencia a los docentes. No obstante, dio a la luz un texto de "Clínica quirúrgica", muy apreciado y manejado entonces, y publicó muchos trabajos, bastantes de ellos aparecidos en El Siglo Medico y en la Revista de Medicina y Cirugía Prácticas. Precisamente en esta ultima revista y en su suplemento al núm. 97, el doctor Ángel Pulido (ilustre predecesor nuestro en la Secretaria de la Academia) le dedicó un sentido y emocionado articulo cuando Toca murió.

No puedo dejar de señalar aquí otra muestra del buen quehacer quirúrgico y del deber que íntimamente sentía de dar a conocer la labor realizada día a día en su Clínica oficial de San Carlos; de todo ello quedó constancia en la comunicación que presentó en nuestra Academia el miembro de número doctor Francisco de Cortejarena, discípulo y admirador del doctor Sanchez de Toca.

Se trata de un primer documento titulado "Memoria relativa al Curso clínico de 1855 a 1856", presentado para su conocimiento al Gobierno, en que se consigna el número de enfermos asistidos -que fue muy elevado-. El otro documento es el "Programa de lecciones para dicho Curso", que comprendía 186 lecciones, distribuidas en cuatro secciones:

1.ª Preliminares quirúrgicos o cirugía menor.

2.ª Anatomía quirúrgica y operaciones en general.

3.ª Operaciones generales y anatomía general.

4.ª Clínica quirúrgica general.

El análisis pormenorizado de la extensa comunicación de Cortejarena (que se desarrolló en las sesiones académicas de los días 13, 20 y 27 de abril de 1907) no es posible ni siquiera extractar aquí, pero su lectura íntegra permite extraer conclusiones interesantes para comprender la meticulosidad y esmero con que cuidaba su labor de Cátedra nuestro personaje y, por otra parte, profundizar en el conocimiento de esas excelentes dotes quirúrgicas, tanto por la perfección de las delicadas intervenciones que realizaba de alta cirugía cuanto por los excelentes resultados obtenidos, que eran debidos en gran manera al cuidado personal y directo que prodigaba a los enfermos hasta lograr su recuperación en un gran porcentaje de ellos.

Entre sus trabajos y publicaciones cabe señalar "La secreción de la bilis", "Consideraciones sobre el asma nervioso", "Extirpación de la glándula y tumores parotídeos", "Extirpación de la matriz cancerosa", "Decolación de fémur", "Extirpación del maxilar superior", etcétera, temas en aquel entonces de alta cirugía y solamente al alcance de cirujanos que a un perfecto conocimiento del problema unieran una exquisita habilidad técnica y experiencia bien cimentada.

A su cuenta hay que añadir ideas originales reformadoras de la anestesia general clorofórmica, que acepto inmediatamente pese a los fracasos que en ella se registraban en aquellos comienzos. Ante ellos meditó seriamente para aportar detalles interesantes que en su quirófano paliaran en lo posible los frecuentes riesgos.

Desarrolló ideas también muy personales sobre la situación y funcionalidad de algunos ligamentos y aponeurosis, sobre el origen e interpretación (por entonces apremiante y sugestiva) de la "putridez hospitalaria" (mal de todos los tiempos), aunque con caracteres entonces muy distintos a la actualidad; sobre las erisipelas traumáticas y sus consecuencias "desarrollando enfermedades comparables a los envenenamientos"; innovaciones interesantes en el tratamiento de las fracturas, extirpación de cánceres en regiones profundas, de cuello y cuerpo de matriz, de intestino recto en el hombre, de fistulas vesicovaginales y hasta un caso de extrofia de vejiga resuelto favorablemente y publicado con todo detalle.

Su gran preocupación por el perfeccionamiento de la enseñanza de la Medicina quedó plasmada concretamente en dos trabajos muy interesantes: la Memoria que publicó en 1840 sobre "EI plan de estudios, la organización y el personal de las escuelas médicas extranjeras, con aplicaciones a la nacional de San Carlos", y el discurso que pronunció en el acto de inauguración del Curso Académico Universitario, titulado "Del método de estudio y de enseñanza de las ciencias medicas", En ambos se puede captar la inteligencia extraordinaria del autor, su espíritu critico y sus fervientes deseos y ambición para conseguir una mayor eficacia y rango de los estudios médicos en España.

Por no alargar demasiado este trabajo, dejemos constancia sucinta de los innumerables honores y distinciones que se le tributaron dentro y fuera de España. Era miembro correspondiente de las Reales Academias de Medicina y Cirugía de Barcelona, La Coruña, Palma de Mallorca, Valladolid, Cádiz, Sevilla y Granada; socio de merito de la Academia Médico-quirúrgica matritense y de la de Emulación de Santiago, de las Sociedades Médicas de Lisboa, de la Academia de Méjico, y de número, de la Academia de Ciencias Naturales de Madrid.

Estaba en posesión de la Real y Distinguida Orden de Carlos III y de Isabel la Católica y era oficial de la Legión de Honor.

Presidió innumerables Tribunales de oposiciones a cátedras y de profesores clínicos y era solicitado a menudo su asesoramiento y sabio consejo por los altos organismos del Estado y de todo otro orden.

A petición propia -como ya decíamos más arriba- le fue concedida la jubilación en la Cátedra el 9 de enero de 1868, con los máximos honores de rango administrativo.

En el último decenio de su vida se retiró a su villa natal, Vergara, sufriendo los achaques propios de su avanzada edad, pero conservó hasta llegar casi a octogenario una mente lúcida y una gran ilusión por la ciencia médica, a la que sirvió con tanto afán y entusiasmo a lo largo de su existencia.

Su estela humana y generacional no se extinguió realmente al morir; dejó un hijo, don Joaquín Sanchez de Toca, segundo marqués de Toca, que fue ilustre abogado, sagaz político y formidable polemista. En el Parlamento se distinguió por su preparación profunda en los problemas que tocaba y logro una gran consideración y respeto en los medios políticos y sociales de la época.

Fue ministro de Agricultura, Industria y Comercio en 1900, y después, de Marina y de Gracia y Justicia. En todos ellos se distinguió por su capacidad y dedicación; muy en especial en los problemas relacionados con la Marina alcanzo una autoridad notoria y fue considerado como uno de los hombres más destacados en la rectoría de ese Departamento. Desempeñó otros altos cargos de la Administración del Estado, y en etapas sucesivas fue presidente del Consejo de Estado y del Senado por su calidad de senador vitalicio. En 1919 fue designado jefe del Gobierno. En todos sus cometidos se manifestó como hombre austero, integra y muy equilibrado. Perteneció como académico a las de Ciencias Morales y Políticas y de Jurisprudencia. En una palabra, y aunque en campos de acción muy diferentes, es justo considerarle como digno hijo del noble varón a que estamos dedicando nuestra atención ahora.

Como ya dijimos anteriormente, el par tantos títulos y merecimientos ilustre doctor D. Melchor Sanchez de Toca y Sáenz de Lobera, marqués de Toca, rindió su obligado tributo a la Parca el día 4 de julio de 1880, a los setenta y seis años de edad, después de una dilatada existencia, señalada especialmente por el marchamo de una laboriosidad ejemplar y de un esfuerzo tenaz e ininterrumpido al servicio de una inteligencia nada común.

Sus restos reposan en la villa de Vergara y su recuerdo, que hemos pretendido enaltecer en estas pobres líneas, queda perenne en la historia de esta Real Academia Nacional de Medicina, que el sirvió y rigió en tiempos pretéritos con gran acierto y entusiasmo.

Fue uno de esos hombres generosos, dotados de ingenio y fuerza creadora, que rinden grandes beneficios a la Humanidad, porque, como expresó Carrel: "La Humanidad nunca ha ganado nada de los esfuerzos de la masa. Con la labor de los genios, sí."

Fuente: “Galería de Presidentes de la Real Academia Nacional de Medicina”, Valentín Matilla Gómez, Real Academia Nacional de Medicina, 1982.