Real Academia Nacional de Medicina
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1861 - Santero y Moreno, Tomás







Académico de Número
Real Academia Nacional de Medicina

Toma de Posesión: 28/04/1861

Sillón nº 7

Fallecimiento: 21/02/1888


Biografía:

Nació en Madrid el día 7 de marzo de 1817, en el seno de una familia modesta, e hizo sus primeros estudios en un Colegio o Escuela pública, donde ya se distinguió por su clara inteligencia y laboriosidad. Atento y responsable ante las explicaciones del maestro, cumplía correctamente con sus deberes escolares. Desde sus primeros años se mostró un tanto reservado e introvertido.

Los estudios de Bachillerato los realizó en el Instituto de San Isidro, culminándolos con brillantes calificaciones, y también obtuvo la máxima censura en los ejercicios de Grado.

Con una clara vocación por las Ciencias de la naturaleza, decidió por sí mismo, emprender los estudios de Medicina, matriculándose, al efecto, en el ya ilustre Colegio de San Carlos, en cuyo Claustro había las figuras médicas más relevantes de la época.

Estudió con gran ilusión y tenacidad y a partir del Cuarto Curso, desempeñó una plaza de Interno que obtuvo en brillantes ejercicios de competición con otros compañeros. Ello le proporcionó la ocasión y oportunidad de entrar en contacto habitual con los enfermos, pues desde el principio le interesó complementar los estudios teóricos con la realidad clínica.

Entre sus maestros sintió especial predilección por el acreditadísimo clínico y excepcional profesor de Clínica médica el Dr. Bonifacio Gutiérrez, que a su vez, advirtió muy pronto las dotes brillantes y la calidad excepcional del discípulo.

Con calificaciones sobresalientes cursó toda la Carrera, que remató con igual lucidez y aprovechamiento en 1840. Al año siguiente, con la solemnidad acostumbrada en aquellos tiempos, se le impuso por el Rector de la Universidad Central, el Grado de Doctor, apadrinado por su ilustre maestro.

Al lado de él, siguió, una vez ya doctorado, alternando con el ejercicio profesional privado, que necesitaba para prestar la indispensable ayuda económica a sus familiares, que seguían desenvolviéndose en medio social muy modesto.

De la mano del Dr. Gutiérrez y en función de ayudante suyo, fue abriéndose paso, siempre espinoso y difícil, sobre todo en las grandes urbes, donde abundan los profesionales, no solo en cuantía, sino también por su calidad.

Su continuidad en la Facultad después de graduarse y la relación, cada día más estrecha, con los profesores y en especial con su maestro Dr. Gutiérrez, fue seguramente lo que promovió en él, la aspiración y deseo de ejercer la docencia, en cuyo campo iba espigando sin casi enterarse.

La consecuencia fue, que dos años después de obtener su título de Doctor, en 1843, obtuvo en buena lid una plaza de Profesor Ayudante, y seguidamente, la de Agregado, cargo que le dio pie para actuar como encargado o sustituto de los Catedráticos, en aquellas disciplinas que quedaban temporalmente vacantes por motivos diversos. En esta situación permaneció hasta el año 1850, en que inesperadamente se suprimió dicho escalón y grado en la docencia.

Pese a ello y seguramente ya bien acreditado como profesor, el Claustro le encargó de la enseñanza de la Clínica y enfermedades de los órganos contenidos en la cavidad torácica.

Por Orden de 13 de enero de 1851 fue nombrado Catedrático, confirmándole en el encargo de atender a la enseñanza de la especialidad "Enfermedades del pecho". Dos años después, en 1853, se suprimieron inesperadamente las Especialidades y, de entre ellas, la que explicaba nuestro biografiado.

Como señala muy bien el Dr. Sancho Martín en un comentario biográfico que hace del Dr. Santero en la revista "El Genio Médico-Quirúrgico", providencialmente en esa misma época y momento, surge la inesperada muerte del Profesor Bonifacio Gutiérrez, que da motivo para que su discípulo le suceda. ¡Gran honor, sin duda, si bien empañado con la consiguiente pena, el suceder a su maestro, que lo había sido todo para él, desde que inició sus estudios!

A partir de entonces, desarrolla sus actividades de magisterio en la disciplina de Clínica médica, en la que tanto se había prestigiado el maestro e incomparable clínico Dr. Gutiérrez.

En 1876 pasó a ocupar la Cátedra de "Historia crítica de las Ciencias médicas" en el período del Doctorado. Poseía para ello una preparación singular, como veremos más adelante al criticar su vasta producción científica.

El prestigio científico y profesional del Dr. Santero iba creciendo rápidamente como consecuencia de sus actividades docentes y su alta calidad como clínico experto y, por eso, pronto alcanzó un alto nivel entre los médicos y en la gente de toda condición y clase.

Por eso, nada tiene de extraño que, como él mismo comentó al principio y como preámbulo de su interesante trabajo sobre la Historia clínica completa de S. M. el Rey D. Alfonso XII, fuese requerido sorprendentemente por el Marqués de San Gregario, Presidente de la Facultad de la Real Cámara, pidiendo que le autorizase a presentarle para cubrir el cargo de Médico-consultor.

Esto ocurría una tarde del mes de mayo de 1868. Tan inesperada visita y propuesta fue meditada por el Dr. Santero y por fin la aceptó, entrando así al servicio de la Casa Real.

Sin dificultad ni duda alguna, fue aprobada la propuesta por S. M. la Reina D.ª Isabel II.

Posteriormente, a la restauración, fue repuesto por D. Alfonso XII, como médico ordinario (se habían suprimido los consultores) estando ya, como Presidente, el Dr. Alonso y Rubio.

Un poco más adelante, habiendo presentado su dimisión el presidente (por razones que detallamos en la biografía de aquél), se decidió por la Casa Real que sólo hubiese dos médicos, de igual categoría, confirmando en una de las plazas al Dr. Santero, junto con el Dr. García Camisón que había sido ya nombrado en propuesta de Cirujanos.

Fue este último encargado de atender habitualmente al Rey y con ocasión de su última enfermedad, el Dr. Santero le vio en consulta en unión del Dr. Alonso y Rubio y de otros destacados profesionales de Madrid. Esto ocurría muy al final de la enfermedad que llevó al Rey al sepulcro.

Desaparecido el Rey, la Reina Regente (que tenía su médico propio), decidió reorganizar la Facultad de la Real Cámara, cesando al Dr. Santero en función de médico ordinario. No le faltaron entonces, las excusas más expresivas por parte de S. M.

Nuestro personaje tuvo también gran predicamento en las esferas oficiales y formó parte de Órganos consultivos del Estado y de asesoramiento del Poder Público, tales como el Real Consejo de Sanidad y el de Instrucción Pública, de los que fue miembro durante muchos años.

También gozaba de justo renombre en el extranjero y perteneció a Sociedades y Academias prestigiosas: la Real Sociedad de Higiene Pública de Bruselas, las Academias Reales de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana y Lisboa, etcétera.

Por su actuación en una de las graves epidemias que se propagó masiva y rápidamente en Madrid, el Gobierno le galardonó con la Cruz de Beneficencia de 1.ª Clase. Poseía también la Gran Cruz de Isabel la Católica en gracia a sus altos merecimientos científicos.

Fue socio fundador y Presidente de una obra muy importante, creada para remediar situaciones precarias y de necesidad, en profesionales ancianos o desvalidos, huérfanos y viudas de médicos. El Montepío Facultativo, que atendió con especialísima solicitud, mereciendo sin duda, el sentido reconocimiento de la clase médico-farmacéutica española.

SANTERO, ACADEMICO

Nuestro personaje fue Académico de número de nuestra Real Academia, por acuerdo tomado en sesión celebrada el día 30 de abril de 1851.

Según consta en el Acta correspondiente a esa sesión, en ella se dio lectura a un escrito del Rector de "la Universidad Central fechado en 15 de abril, en el que comunica que con fecha de 13 de enero último, ha sido nombrado Catedrático de la Facultad, con destino a una enseñanza especial, el Dr. D. Tomás Santero.

En consecuencia, "La Academia acordó con este motivo, que con arreglo al artículo 19 del capítulo 2.° del Reglamento, debía de considerársele como Socio nato de número, participándoselo al interesado".

Se le adjudicó la Medalla y Sillón núm. 7 y desde ese momento inició su colaboración activa en la Academia, distinguiéndose por su asiduidad en la asistencia a las sesiones y toda clase de actos académicos, e interviniendo con Comunicaciones y discursos pletóricos de doctrina, sobre muy variados temas médicos, filosóficos, críticos, etc., de que daremos noticia cumplida más adelante.

Una buena prueba de la alta consideración y ascendiente que alcanzó entre sus compañeros, fue su ascensión al sillón presidencial años después.

En efecto, en la sesión celebrada el 2 de enero de 1885, se procedió a la elección de cargos de la Directiva y la que se hizo para cubrir la de Presidente, dio el siguiente resultado: Dr. Santero, 11 votos; Dr. Alonso, 5, y Dr. Calvo, 1. En blanco, 1 papeleta.

Tal fue el resultado de la votación sobre la propuesta reglamentaria hecha previamente por la Comisión designada al efecto. La sesión fue presidida por el propio Dr. Santero por ser Vicepresidente desde dos años antes.

Para sustituirle en la Vicepresidencia fue elegido el Dr. Castelo.

Su actuación como Presidente duró hasta el 11 de enero de 1887 (bienio reglamentario). En esta fecha, alegando una salud algo precaria, solicitó reiterativamente de sus compañeros que le liberaran de esa carga. La votación correspondiente, dio como resultado la elección del Académico Dr. Basilio San Martín.

Durante los dos años que duró su actuación como Presidente, el Dr. Santero se distinguió por su corrección y exquisito tacto, por su diligencia en defensa de los intereses de la Academia y por sus felices iniciativas y actividad incansable. Colaboró con el mismo interés e ilusión de siempre, en la vida científica de la Corporación, pronunciando discursos perfectos y presentando Comunicaciones muy interesantes y aleccionadoras.

PRODUCCIÓN CIENTÍFICA

En cierto modo, nuestro personaje vivió como obsesionado por sus obligaciones en el magisterio médico y por eso, el Dr. Sancho Martín escribe:

"Los sacrificios del Dr. Santero en pro de la enseñanza nunca han reconocido límites, a pesar de absorber su vida las atenciones del profesorado y las exigencias de su numerosa clientela".

Sintiendo íntimamente el deber y conveniencia de sus alumnos y médicos jóvenes para complementar sus enseñanzas magistrales y clínicas de la Cátedra, se decidió a escribir una obra fundamental y orientadora, que se publicó en 1868 con el título de Tratado teórico-práctico de clínica médica, en cuatro tomos, de la que se agotaron rápidamente tres ediciones.

Era, entonces, la primera obra completa que en España se publicaba sobre la materia y su aparición produjo una grata noticia y sirvió durante bastantes años para el aleccionamiento e información del alumnado de las Facultades de Medicina.

La Real Academia acordó concederle por ello, uno de sus más codiciados premios, en el correspondiente Concurso anual: el instituido en memoria del Dr. Pedro M.ª Rubio. Este merecido reconocimiento académico, fue también respaldo valioso para su rápida difusión.

En esta obra se estudian y describen los cuadros clínicos en su conjunto patogénico, clínico y terapéutico, informados por la vasta experiencia -positivamente valiosa y por tanto, de fiar- de un clínico y maestro, en que eran unánimemente reconocidos una categoría y unos saberes indiscutibles.

A través de sus páginas, en los diferentes volúmenes de que consta, se perfila correctamente una buena clasificación fundada en móviles adecuados, y se diferencian, naturalmente, las enfermedades crónicas de las agudas y deslinda el campo de las afecciones discrásicas y diatésicas, etcétera.

Dedica sendos capítulos en el tomo 1, a la clasificación de las fiebres y en particular a las apellidadas entonces, con especial énfasis, esenciales.

Indudablemente, que tanto por su contenido como por la calidad conceptual y descriptiva, puede considerarse como un libro básico e instrumento precioso, muy adecuado para la época en que fue escrito.

Bajo el título de Prolegómenos clínicos o Guía del médico para la práctica, se publicó con su firma, en 1876, un libro que separó del ya publicado con anterioridad, como Tratado de tecnología médica.

En ambos, dedica preferente atención a la exposición detallada de las técnicas exploratorias (en aquellos tiempos, casi solamente directas o inmediatas y, también, elementales) que cuando eran correctamente realizadas e interpretadas con exactitud, llevaban a diagnósticos precisos de lesiones y procesos que asentaban en órganos internos, sin accesibilidad posible o inocua.

En esas obras se plasmaba con exactitud el quehacer clínico de su autor, que mostraba allí, a sus alumnos y ante el enfermo, con una claridad y precisión excepcionales, que le dieron -lo repetimos una vez más- renombre de excelente clínico y de profesor eminente.

A finales del año 1876, vio la luz la nueva obra titulada Exposición histórico-crítica de los sistemas médicos, de gran originalidad y donde se reflejan con gran propiedad y sentido crítico, recto y ecuánime, las tendencias y conceptos filosóficos, de entre los que se destacan los que defiende el autor con marcada vehemencia.

Consta la obra de tres partes: en la primera, a guisa de introducción indispensable,. se sientan las bases convenientes para llegar con fruto al examen de la historia de la Medicina, con los descubrimientos y recuerdos que han sobresalido en cada época.

Asimismo, se define el concepto de la Medicina, en relación con las demás ramas del saber, deduciendo las oportunas consideraciones, para refutar los sistemas opuestos al dualismo vitalista.

En la segunda parte, analiza las circunstancias y condicionamientos de la época en que apareció el "padre de la Medicina", Hipócrates, y dedica un estudio minucioso al hipocratismo y sus concepciones como preludio para fundamentar el vitalismo ulterior.

En la parte tercera, agrupa los sistemas filosóficos médicos por sus rasgos más salientes y termina con un resumen analítico de la Medicina española, que siempre respetó las verdades tradicionales, pero sin figuras afines a las grandes reformas que fueron sucediéndose a través de los tiempos.

En cierto modo y como expresión consecuente de tan interesante libro, debemos hacer mención en este punto, a las Memorias que en diversas circunstancias y épocas presentó en la Academia, en sesiones memorables sobre todo, tituladas: La experiencia en Medicina, Vindicación de Hipócrates y de su sistema.

En ellas se vierten conceptos originales, los mismos que a diario defendía ante sus alumnos del período de Doctorado.

De su activa e interesante colaboración a las tareas de la Academia, no podemos olvidar que intervino en la redacción de las dos últimas ediciones, de entonces, de la Farmacopea Española (cuya Comisión presidió durante varios años) y también de la del Diccionario tecnológico.

Interesante y hasta con ribetes sensacionalistas, puede considerarse un trabajo que publicó en 1886, en la "Revista de Medicina y Cirugía Prácticas", que dirigió durante muchos años el Dr. D. Rafael Ulecia y Cardona, conocido pediatra madrileño.

Se trataba de la Historia clínica completa de S. M. el Rey D. Alfonso XII en la que el autor hace alarde de una capacidad y experiencia clínica extraordinarias, con una enumeración ordenada y pormenorizada de la dolencia que llevó al sepulcro al "Rey pacificador", en una coyuntura harto comprometida y hasta crítica para el país.

Ya en esa época, la salud del Dr. Santero iba declinando y los achaques propios de avanzada edad, acusándose. Consciente de sus limitaciones orgánicas (la mentalidad la conservó perfectamente lúcida hasta el último momento), pidió a sus compañeros que le relevaran del cargo presidencial cuando se proponían reelegirlo.

Y el día 21 de febrero de 1888. aquejado de un proceso bronquial agudo (al parecer banal y sin concederle la menor importancia los compañeros que le visitaban), falleció inesperadamente, a los 71 años, rodeado de sus más íntimos y directos familiares, dando hasta el último momento el enfermo, testimonio expreso de su fe cristiana insobornable.

Su muerte produjo profunda y dolorosa impresión, al difundirse la noticia, sobre todo entre sus compañeros del Claustro y de la Academia. Al día siguiente, todos ellos figuraban en el cortejo fúnebre y en el acto de la inhumación de sus restos. Antes, se hizo breve estación en San Carlos.

En sesión solemne de inauguración de Curso celebrada en la Academia de Medicina, el Dr. Nieto y Serrano decía en su discurso: "Ha dejado de existir este año aquel espíritu infatigable, aquel resuelto organizador, aquel práctico dotado de la fe más vigorosa, que conocimos con el nombre de D. Tomás Santero, varón insigne por muchos conceptos, cuya memoria ha de conservarse en los fastos de la Medicina española", y en el núm. 1784, de 4 de marzo de 1888, en El Siglo Médico, el Dr. Pulido firmaba una crónica altamente laudatoria, en la que se podía leer:

"Yo he creído siempre que el Dr. Santero ha sido uno de los caracteres más firmes y más imperativos que ha tenido la Medicina española en el último tercio del siglo actual", y en otro párrafo: "Doquiera que alzara su voz, allí aparecía el maestro; lo mismo en la Clínica rodeado de sus alumnos, que en la Academia rodeado de sus compañeros, al usar de la palabra sentía encenderse en su cabeza el fuego de la tesis y de la doctrina, y entonces salía de sus labios la lección, la famosa lección, siempre aplomada, formalísima, metódica, despaciosa como si fuera el verbo de una consagración solemne, llamado al cumplimiento de transcendentales revelaciones".

Nos parecen los precitados testimonios suficientemente expresivos para formar idea -al menos, aproximada- del valor y calidad de la personalidad del ilustre Dr. Santero que en su tiempo fue, sin duda, un clínico, profesor y académico de primerísima categoría.

Por ello, nosotros nos honramos con plasmar, en la medida de nuestras posibilidades, el recuerdo de su vida, tan llena, fructífera y ejemplar.

Fuente: “Galería de Presidentes de la Real Academia Nacional de Medicina”, Valentín Matilla Gómez, Real Academia Nacional de Medicina, Madrid, 1982.