Real Academia Nacional de Medicina
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1861 - San Martín y Olaechea, Basilio

 

 

 

 

 

 

Académico de Número
Real Academia Nacional de Medicina

Toma de Posesión: 24/08/1861

Sillón nº 18

Fallecimiento: 31/07/1901

 

Biografía:

Escasos antecedentes y datos hemos podido encontrar y recoger de su vida y obras, pero lo suficientemente expresivos para poder formar juicio, muy favorable, de su ilustre personalidad, como médico afamado y Académico también muy prestigioso. A la postre, fue Presidente, sucediendo en la poltrona presidencial al Dr. Santero.

Nació en Madrid en el año 1821 y heredó de su madre, de ascendiente guipuzcoano, el carácter entero y consecuente, sin detrimento de una bondad amplia y de una rectitud a toda prueba.

Estudió la carrera de Medicina (por la que sentía desde sus años del Bachillerato decidida inclinación), en el glorioso Colegio de San Carlos, distinguiéndose desde el principio, por ser un estudiante disciplinado, cuidadoso y aprovechado.

Obtuvo el grado de Licenciado en Medicina y Cirugía con Premio extraordinario y notó desde los primeros cursos una gran afición por la docencia que ejerció, con carácter privado, entre los alumnos de cursos inferiores, conquistando entre ellos merecido ascendiente.

Terminada la carrera, enseñó Anatomía preferentemente, materia que dominaba a la perfección, según el testimonio unánime de compañeros y discípulos.

Según algún comentarista de su vida, poseía "fácil y clara exposición, tenacidad en la labor docente, vasto saber y ardiente anhelo para inquirir ciencia y arte en libros, anfiteatros, laboratorios y clínicas".

Consecuentemente, poseía una buena cultura y preparación nada común en todos los saberes médicos, que a lo largo de su vida fue incrementando por una tenacidad y constancia nada común en el estudio.

Por eso, llegó a ser muy pronto un clínico muy distinguido y apreciado por los compañeros y por las gentes de toda condición, que acudían en mayor número, cada día. a él deseosas de sus consejos y tratamiento.

Adquirió, así, una abundante clientela en Madrid, donde por aquel entonces había muchos profesionales tan meritorios como Benavente, Velasco y Díaz Benito, entre otros.

Antes de rematar felizmente sus estudios universitarios, obtuvo un importante premio en reñida concurrencia, en concurso patrocinado por una Corporación científica prestigiosa. El trabajo que presentó y que mereció el ansiado galardón, trataba con indiscutible suficiencia, de la anestesia quirúrgica. En él se puntualizaban los posibles riesgos y ventajas del nuevo método, realizado en aplicación correcta.

Esto ocurría a poco de descubrir Jackson la eterización y Simpson el empleo del cloroformo y cuando apenas si empezaban a difundirse como anestésicos generales por inhalación.

A los dos años de obtener el título de Médico, conquistó por oposición, en reñida pugna con varios acreditados profesionales, una plaza de Médico del Real Patrimonio.

Años después y a propuesta del inolvidable primer Marqués de San Gregorio, fue promovido al puesto de Médico de la Real Cámara, premiando así su competencia profesional sobradamente acreditada y los meritorios servicios prestados, con reconocida solicitud, en el Real Patronato.

Al cabo de los años ocuparía el Decanato de los Médicos de la Real Cámara, gozando, hasta su jubilación, del aprecio y consideración de las personas reales que le hicieron a menudo, objeto de distinción especial.

En ese mismo aspecto profesional, desempeñó también durante casi toda su vida, el empleo de Médico del Colegio Nacional de Sordomudos y de Ciegos, adquiriendo en la primera de esas especialidades una experiencia extraordinaria, de la que en la propia Academia haría gala, como veremos más adelante con el debido comentario bien merecido.

Por esa misma capacidad y conocimientos científicos y por su alta calidad como clínico experto, recalquemos el envidiable prestigio que pronto alcanzó en el ejercicio público de la profesión para el que poseía sin duda, dotes envidiables de carácter.

El entonces Secretario de la Real Academia Nacional de Medicina, Dr. D. Manuel Iglesias y Díaz, con ocasión del discurso de apertura del Curso en el año 1902 (a los pocos meses de ocurrida la defunción del Dr. San Martín), le dedicaba entre otras, las expresiones siguientes: "Adornado de gallardía física y moral, fue tipo de bondad, de dignidad y de delicadeza; su carácter le inclinaba a decir la verdad, no gustando de alabar ni favorecer el orgullo o la vanidad de los demás; a sabiendas no hizo mal a nadie y hubiera querido ver a todos dichosos; y en la profesión llegó a ser el vir probus medendi peritus, el médico sabio, celoso, dispuesto siempre a sacrificarse por sus semejantes, que disfrutó de la consideración de sus conciudadanos y de numerosa y escogida clientela".

Su bondad y generosidad fueron proverbiales y por ellas, dejó huella permanente como protector y propulsor de una acreditada institución profesional de protección y amparo a compañeros ancianos o desvalidos, viudas y huérfanos; el Montepío facultativo, que en su época -y en gran parte, por su decidido apoyo- alcanzó un gran auge.

En su desarrollo y perfeccionamiento colaboró tenazmente a pesar de que le restaba un tiempo precioso, que quitaba con gusto de sus actividades profesionales y a sabiendas de que él propiamente no necesitaría su ayuda o protección en el porvenir.

También fue, durante bastantes años, Vocal del Consejo Superior Penitenciario y de la Junta Superior de Prisiones, a donde le llevaron por disposición directa del Gobierno, seguramente como consecuencia de su gran renombre, como médico y como persona.

En estos cargos cobró una gran afición por conmiseración hacia los penados, que él consideraba como seres desgraciados, dignos de la mayor atención y lástima por su trágica situación y reclusión en Centros que, en aquellos tiempos, estaban instalados en arcaicos edificios faltos de los más elementales principios de habitabilidad.

Además, el régimen penitenciario era entonces verdaderamente inhumano y al término de la pena, una vez cumplida, el desgraciado penado volvía a una sociedad que le rechazaba e incluso le perseguía sin misericordia.

Estas tristes consideraciones y circunstancias, movían seguramente al Dr. San Martín a trabajar en pro de la humanización de las prisiones y a procurar aliviar o endulzar ese desastroso régimen, trocándolo en algo menos duro y seguramente más provechoso, tanto para el recluso como para la propia sociedad.

SAN MARTÍN, ACADÉMICO

Según consta en el Acta de la sesión extraordinaria celebrada por la Academia el 11 de junio de 1860, en primer lugar "se leyó el Acta de la última sesión especial para el Concurso a plazas vacantes de Socios de número" y seguidamente "el Sr. Presidente llamó nuevamente a los Sres. Académicos recientemente nombrados, entregándoles el Diploma y una Medalla, después de lo cual, tomaron asiento en la Academia los Sres. Pereda, San Martín, Garófalo y Sobrado". A San Martín se le adjudicó la Medalla 18.

Como consecuencia de la reforma del Reglamento inspirada por Castelló, la Academia puso en práctica en esta ocasión, por primera vez, el nuevo sistema para cubrir las cuatro vacantes que existían en la nómina de los miembros numerarios.

Consistía en celebrar un Concurso, que era juzgado por una Comisión formada por Académicos de número, designados por el Pleno. Para hacer el debido enjuiciamiento comparativo entre los aspirantes, se tendría en cuenta su historia científica y profesional y se exigiría una Memoria o trabajo inédito, sobre un tema científico libremente elegido por el concursante.

Permítaseme a manera de inciso recordar que en esas mismas bases se funda el Concurso que hoy se emplea en nuestra Academia actual, para seleccionar y designar a los Académicos Correspondientes, de Madrid y de provincias, puesto en marcha ventajosamente hace ya unos años. Se imaginó e implantó, desconociendo realmente ese valioso antecedente. La coincidencia de criterios en ese punto, resulta, al menos, curiosa.

La Memoria presentada por el Dr. San Martín para optar al nombramiento, versa sobre el aforismo de Baglivio: Medicus naturae ministeret interpres, quidquid meditetur ant [aciat, si natura non obtemperat, naturae non imperat, que propuso se sustituyera por el siguiente: "El médico es el verdadero intérprete de la naturaleza, y estará a la altura de su importantísima misión, si llega a entender cuanto ha de imitar, ayudar, corregir o contrariar las tendencias a los actos del organismo enfermo, y a poseer la habilidad bastante para pone en práctica oportunamente, los recursos terapéuticos, que sean convenientes o necesarios".

En el discurso a que anteriormente hacíamos referencia del Dr. Iglesias, se lee asimismo:

"Y en los cuarenta y un años que desempeñó su plaza, cumplió religiosamente sus deberes; evacuó numerosos informes, sobre todo de Medicina Legal; expuso sus opiniones en las sesiones públicas, discurriendo con brillantez y certeza, acerca de la albuminuria y de la epilepsia".

El prestigio que alcanzó merced a esa actuación tan meritoria, explica y justifica que más adelante fuese designado para el cargo de Secretario Contador y más tarde para el de Presidente.

En efecto, en la sesión de Gobierno celebrada en la Academia el día 11 de enero de 1887, siendo Presidente el Dr. Santero, se llevó a cabo la votación reglamentaria para la elección de cargos en el próximo bienio.

La Comisión nombrada al efecto, propuso la terna oportuna, integrada por los Dres. San Martín. Calvo y Castelo y efectuada la votación secreta reglamentaria, dio el siguiente resultado: Para Presidente: Dr. San Martín. 12 votos; Dr. Calvo, 5 votos, y Dr. Castelo, 2 votos, y una papeleta inútil por ilegible.

Para la Vicepresidencia resultó seleccionado el Dr. Eusebio Castelo y para Secretario Contador el Dr. Manuel Iglesias Díaz.

Finalizado ese bienio, en sesión de Gobierno celebrada el 29 de noviembre de 1888, fue reelegido el Dr. San Martín en segunda votación y también para los de Vicepresidente y Secretario Contador, los Dres. Castelo e Iglesias, respectivamente.

Durante los cuatro años que estuvo en la presidencia actuó con toda diligencia y entusiasmo en defensa de los intereses de la Academia, mereciendo la aprobación y alabanza unánimes de sus compañeros, gratamente dedicados a sus tareas y trabajos.

Buena prueba de ese común asenso y aprobación, fue el que al producirse la vacante de Senador por la Academia, fue designado por decisión unánime y clamorosa, para esa plaza, seguros todos de que en la Cámara senatorial velaría constantemente en defensa de los derechos y progreso de la Corporación.

PRODUCCIÓN CIENTÍFICA

Del análisis cuidadoso que hemos hecho del material bibliográfico recogido y debido a la pluma de nuestro Académico Dr. San Martín, se deduce que no fue muy prolífico en obra escrita. Por naturaleza, era hombre de pronunciamiento verbal y no escatimó nunca sus intervenciones personales y directas en la Academia y más o menos repentizadas, sin guión ni cuartillas.

Sin embargo, señalemos como botón de muestra que pone de manifiesto su gran cultura médico-filosófica (aparte de la magnífica Memoria que presentó para aspirar a la vacante académica, de que ya hicimos mención), hemos podido saborear con provecho y hasta deleite -pese al tiempo transcurrido- otra muy importante que nos proponemos analizar seguidamente, siquiera de manera sucinta.

Hacemos referencia al Discurso que por turno reglamentario, le correspondió leer en la solemne sesión de inauguración de las sesiones de la Academia de Medicina de Madrid, en el año 1876.

Lo dedica al estudio de la sordomudez, "esa indecible desventura que sufren cientos de millares de hermanos nuestros en todos los países del mundo, y que se ha padecido desde los más remotos tiempos".

En este extenso trabajo se vierten una serie de conceptos muy originales, sin duda cosechados fructíferamente por el autor, a lo largo de los muchos años de actuación como médico en el Colegio Nacional de Sordomudos.

Habla, en primer término, de que el estudio de la sordomudez ofrece dos aspectos distintos: uno, exclusivamente médico y otro pedagógico y sin desmerecimiento para el último de ellos, el autor por motivo de su capacitación específica, dedica su atención, con preferencia, al aspecto meramente médico.

Conceptúa la mudez externa en primer lugar; aquélla que presentan los que habiendo poseído el don de la palabra, al perder o sufrir alteraciones graves para su expresión, resultará la mudez.

La interna es la que padecen los que poseyendo íntegramente sus órganos de expresión, por incapacidad intelectual congénita o por posterior pérdida de la inteligencia, después de haber disfrutado de ese precioso don de la palabra se hacen mudos.

Hay también la mudez cophosica (o cophosis) en aquéllos que, con integridad de sus facultades mentales y de sus órganos de expresión, no pueden hablar porque son profundamente sordos y no oyen. Son los auténticos sordomudos, de ordinario lo son de nacimiento. No han aprendido a articular y diferenciar las palabras.

Dedica un interesante capítulo o apartado, al estudio de la etiología de la cophosis y considera con preferente atención la consanguinidad, como factor que en épocas anteriores fue considerada como plena y segura determinante de este defecto.

Un estudio estadístico serio -señala el autor de este trabajo- ha ido demostrando que esa tajante aseveración no tenía, como causalidad, tan rotundo valor y después analiza detenidamente una serie de datos recogidos entre familias y ascendientes de un buen número de sordomudos.

Ello le permite afirmar que si bien puede verse como coincide en algunos casos con la sordomudez, falla en otros muchos.

Analiza a continuación otras posibles causas, tanto externas o ambientales (considerando que el equilibrio orgánico está en relación muy directa y es influido por los factores externos), así como las internas de procedencia generacional y también las que van en relación con el carácter, tal como el linfático "tan común en los sordomudos", el escrofulismo, las anomalías anatómicas y funcionales, las enfermedades de muy diversa índole y, sobre todo, las agudas que sufre la infancia.

Termina con un Apéndice que se integra con unas expresivas sinopsis que hacen referencia a diversos de los temas y puntos de vista considerados a lo largo del texto.

Se comprenderá que no es este lugar el más adecuado para realizar un análisis profundo y crítica más detallada de este trabajo, pero esperamos que con lo que queda expresado, el que nos leyere podrá formar concepto cabal de la perfección y alcance del mismo (a tono con los conocimientos alcanzados en aquella época) y de la capacidad del autor, que habla con tanta propiedad y autoridad de un tema tan específico e interesante siempre, para el médico y para la humanidad.

Al hablar de la producción científica del Dr. San Martín, no será inoportuno recordar que en día 1.0 de julio de 1854 alcanzó el grado de Doctor.

Su Tesis versó sobre "Discurso preliminar a la Higiene de las pasiones".

Fue calificado con la nota máxima, rematando tan brillantemente sus estudios universitarios.

De entrada, recuerda que Bossuet dejó escrito que "el alma y el cuerpo forman unidos un todo natural" y que "el alma no obra sin el cuerpo, ni la parte intelectual sin la sensitiva".

El trabajo se compone de seis apartados, a lo largo de los cuales define y conceptúa las pasiones, hace una original clasificación de ellas y admite cuatro inclinaciones innatas, a las que llama instintos: instinto de conservación, instinto de imitación, instinto de relación e instinto de reproducción, y de ellos hace nacer las pasiones.

Estudia en otro apartado, los atributos inseparables del hombre, que constituyen sus cualidades características (la inteligencia, el sentimiento religioso, el afecto al prójimo, el afecto a sí mismo, el deseo de conservación y el deseo de procreación).

De ellos nacen las acciones humanas, de carácter y signo diferente y, en principio, buenas o malas.

Analiza, a continuación, cuáles son los efectos que originan las pasiones. "A toda transgresión moral, se sigue el mal físico", frase debida a un médico francés.

Al final del trabajo analiza las posibilidades de hacer una conveniente profilaxis para evitar que esos males surjan y, sobre todo, para evitar que las pasiones florezcan y crezcan día a día, para llegar a adquirir una categoría y un poder que hagan más difícil su neutralización, ¿y dónde está el medio de evitar las pasiones, los vicios y las faltas?

Seguidamente da la respuesta categórica: "En la enseñanza católica y en la Medicina".

A esta tajante conclusión añadiremos ahora el lema con que se encabeza su trabajo: "Así como hay una higiene que se propone evitar la pérdida de la salud corporal, debe de crearse una higiene que se oponga al desarrollo de las enfermedades morales y de las físicas, que son su consecuencia"

Tras el análisis somero de los dos interesantes y profundos trabajos que acabamos de comentar, puede extraerse, sn temor a equivocarse, cual era la capacitación científica y la contextura moral de este ilustre médico, del que Decio Carlán dice en El Siglo Médico al lamentar su pérdida irreparable, que fue "un médico que conquistó muy justo renombre y en quien distinguidísmas y en extremo atrayentes cualidades personales, abrillantaban más las altas dotes intelectuales y la profunda ilustración que tuvo".

Con una salud mediocre en los últimos años, al fin acabó sus días apaciblemente, conservando inalterable su arraigada fe cristiana, el día 30 de junio de 1901, rodeado de sus seres más queridos, entre los que se contaba a su sobrino, el tan ilustre Catedrático y cirujano D. Alejandro San Martín que también dejó a su muerte, años después, huella indeleble de gloria, para la Cirugía española.

Fuente: “Galería de Presidentes de la Real Academia Nacional de Medicina”, Valentín Matilla Gómez, Real Academia Nacional de Medicina, Madrid, 1982.