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1861 - Castelló y Tagell, Juan

Castelló y Tagell, Juan






Académico de Número
Real Academia Nacional de Medicina

Toma de Posesión: 28/04/1861



Fallecimiento: 11/11/1869


Biografía:

Fue elegido Presidente el 29 de marzo de 1862. Su designación se hizo a tenor de lo dispuesto en el Reglamento de 1861. En el se disponía, que el puesto de Presidente y demás cargos de la Junta Directiva se hiciese por elección libre, en el seno de la Corporación.

Llegado a este punto, hemos de hacer una salvedad en gracia a la exactitud.

Por ella, señalemos que el Decreto promulgado en 15 de enero de 1831, dispuso el cese en la Presidencia, del Decano de los Médicos de Cámara, para ser sustituido en lo sucesivo, por el Presidente de la Junta Superior Gubernativa de Medicina y Cirugía.

Con tal carácter, figura como Presidente el Dr. Castello y Tagell en 1839, cesando al siguiente año porque creada entonces la Junta de Sanidad y extinguida la Superior Gubernativa de Medicina y Cirugía, se ordena que en lo sucesivo sea Presidente nato de la Academia, el Gobernador Civil de la provincia.

EI Reglamento de 1861 establece las nuevas normas de elección libre entre los propios Académicos y aparece como primer Presidente, a partir de dicha fecha, el Dr. Corral y Oña, al que sucede el Dr. Castelló, elegido como ya previamente hemos señalado, el 29 de marzo de 1862.

Por ello, como se ha visto, por segunda vez ocupa la Presidencia el Dr. Castello, si bien no puede hablarse propiamente de reelección.

No es aventurado suponer, sin embargo, que en su designación pesase el recuerdo del acierto con que seguramente desempeñara el cargo en aquella primera etapa y la consideración del alto prestigio ya logrado por él, dentro y fuera de la Corporación,

Reconocida por la Superioridad la que podríamos considerar en cierto modo como "mayoría de edad" en la Academia, queda desde 1862 establecido definitivamente, el régimen de libre elección para todos los cargos directivos de la Corporación.

Tras esta obligada digresión aclaratoria, señalaremos que el Dr. Castelló nació en la Ciudad Condal, en el seno de una prestigiosa familia medica, de gran prestigio en Barcelona y región catalana.

Cursó sus estudios universitarios con notorio aprovechamiento en su ciudad natal y tras obtener el Grado de Doctor en la Universidad Central (Madrid), consigue en 1828, por oposición, una plaza de Ayudante de Cátedra de Anatomía y cuatro años después, alcanza el grado de Catedrático Supernumerario de San Carlos, y de Numerario en 1841.

Ya entonces estaba suficientemente prestigiado como docente, por su laboriosidad y exacto cumplimiento del deber, lo que le valió el concepto, entre sus alumnos, de un maestro altamente estimado. Al decir de uno de sus biógrafos, Castello "ha pasado por el ámbito de la vida, sin brillar como un meteoro, pero desempeñando fiel, segura y tranquilamente, su misión sobre la tierra".

AI parecer, hombre sencillo y nada vanidoso, se desenvolvía habitualmente sin desmedida ambición y buena prueba de ello es lo que se puso de manifiesto con motivo de su designación para la Presidencia de la Academia.

Como el resultado de la segunda votación (que hubo que hacer porque en la primera no obtuvo la mayoría absoluta que se requería) fue de mayoría simple muy ajustada, Castello manifestó públicamente que renunciaba, para que se designara otro Académico que contara con mayor apoyo. Fue preciso el requerimiento unánime de sus compañeros, para conseguir que cambiara de opinión.

También fue destacada su actuación como Medico de la Casa Real, siendo nombrado en 1831 Cirujano de la Real Familia y Consultor de la Real Cámara.

Como recompensa a los servicios prestados en ese delicado cometido y como muestra del aprecio de que gozaba por parte de los miembros de familia entonces reinante, fue condecorado con la Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden de Isabel la Católica,

A lo largo de una dilatada vida académica, su actividad y colaboración fueron fructíferas y muy estimadas. AI repasar las aetas de las sesiones de esa época, se puede comprobar cómo este ilustre Académico interviene con mucha frecuencia, mesurada y responsablemente, sentando criterios acertados en las más diversas cuestiones y problemas.

Ya, en la edad provecta, siguió concurriendo a los actos y sesiones de la Academia, ejemplarizando con su conducta y laboriosidad. Su organismo fue, lenta y progresivamente decayendo, agotándose al fin su existencia, el día 11 de noviembre de 1869.

La inhumación de sus restos fue presenciada por la totalidad de los miembros de la Academia, con su Presidente, el Marqués de Toca, al frente. En el numeroso cortejo figuraban gran número de profesionales y gentes de clases sociales muy diversas. Indudablemente, fue muy sentida su perdida.

En la sesión inaugural del siguiente Curso académico, en enero de 1870, el Académico Secretario Perpetuo Dr. Nieto y Serrano le dedicó en la obligada Memoria de Secretaría un extenso y sentido panegírico en el que puso de manifiesto, por una parte, sus excelentes dotes personales y, por otra, el profundo dolor que su perdida había producido en el seno de la Academia y fuera de ella.

En su perorata, acertó a trazar un perfecto retrato del extinto. Entre otras cosas, dijo: "No nos hemos eximido este año de pagar el doloroso tributo que nunca perdona la muerte. Falta en estos escaños el venerable anciano, que nunca los abandonaba en festividades como la de hoy; el honrado, el virtuoso, el modesto D. Juan Castelló y Tagell".

Y en otro párrafo: "Ultimo vástago de la noble familia medica distinguida con este apellido tan clásico y familiar a los oídos de los españoles, no podía desdecir del genio proverbial de su estirpe. Grave, sereno, provisto de ese buen sentido que hace a los hombres, prácticos, de esa rectitud de intenciones que nace de un corazón noble y de esa oportunidad en el reconocimiento de los límites, que lleva el bien en todas las cosas, Castelló ha pasado por el ámbito de la vida, sin brillar como un meteoro, pero desempeñando fiel, segura y tranquilamente su misión sobre la tierra".

Adquirió pronto una fama profesional bien cimentada por su honesta y eficaz actividad y eficiencia y se hizo acreedor a ese reconocimiento popular tan codiciado.

En efecto; por esa época, en la Villa y Corte brillaba por sus geniales andanzas en el terreno político-financiero, el casi mítico D. Jose de Salamanca.

Adquirió los extensos terrenos que iban desde la antigua plaza de toros a los altos de la Guindalera y en ellos trazo el espectacular Barrio que lleva su nombre, integrado por amplias avenidas y calles. A una de ellas, se le dio por el Ayuntamiento el nombre del inolvidable Dr. Castello, haciéndose eco de la admiración y estima de que gozo nuestro personaje.

Sucintamente y para no alargar en demasía esta semblanza, glosaremos un par de producciones debidas a su bien recortada pluma.

Digamos por adelantado, que nuestro personaje no se distinguió ciertamente por la abundancia de sus escritos. Como lo era por naturaleza, también en este aspecto se manifestó su parquedad. Paréceme que tuvo empeño, y por norte, al respecto, aquella máxima de nuestro Balmes en su Filosofía fundamental: "Importa mucho acaudalar Ciencia; pero no importa menos conocer sus límites".

Entre los trabajos suyos que se conservan en nuestra Biblioteca académica, figura el Discurso pronunciado "En la solemne inauguración de los estudios de 1861 a 1862" (así se encabeza literalmente) en la Universidad Central, el día 1º de octubre de 1861.

En el dedica sus sabrosas elucubraciones a tratar "Del carácter de los conocimientos humanos", señalando, de entrada, "que adolecen de imperfección, insuficiencia, incremento indeterminado y sucesivo",

Glosa, a continuación, la forma de salir de la duda y de la ignorancia, que en otro trabajo ya analiza, recordando los medios para llegar a felices resultados; que son: "la observación que mira e inquiere los hechos; la experiencia que los examina y los pesa; la razón que los comprende y explica; el genio que los clasifica y generaliza, y a veces, los adivina".

Todo ella por lo que hace al dominio de las Ciencias y verdades naturales, en las que "la comparación, el juicio y el raciocinio resultan instrumentos muy interesantes y de positiva aplicación",

"Las verdades teológicas y las metafísicas, en cuanto se refieren al conocimiento de la existencia y la naturaleza de Dios, de las del alma y de los demás espíritus puros o seres incorpóreos, es claro que no pueden apoyarse primitiva y fundamentalmente en dichas facultades, sino en otra más elevada y de superior categoría, como depuración y sublimación de la inteligencia, como es la fe religiosa",

Estas y otras consideraciones de orden filosófico ocupan este discurso de gran calidad, que al final brinda a los jóvenes universitarios para su orientación y estimulo.

En la inauguración de Curso correspondiente al año 1862 y como Presidente, en la Academia desarrolló otro ejemplar Discurso en el que trato el tema "Del Criterio en Medicina". Magnifica lección en que se ponen de manifiesto los resultados logrados por conjunción de su gran cultura y de la experiencia personal, cimentadas a través de una vida larga, cuidadosamente vivida y de seria meditación en el quehacer profesional. En él se pone de relieve su alto valor de clínico experto y de científico solido y justamente reconocido.

Conjeturando hasta donde es posible, como consecuencia y a través de sus trabajos y actividad profesional (docente y al inmediato cuidado del enfermo), podemos concluir que el Dr. Castello fue una destacada personalidad, que sin pretensiones desmedidas ni brillantez deslumbrante, dejo en la Academia, en San Carlos y en la pequeña historia de su época, una huella muy señalada y firme, por su laboriosidad, honestidad y dedicación a un quehacer que supo prestigiar ejemplarmente.

Fuente: “Galería de Presidentes de la Real Academia Nacional de Medicina”, Valentín Matilla Gómez, Real Academia Nacional de Medicina, 1982.