Real Academia Nacional de Medicina
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1861 - Castelo y Serra, Eusebio







Académico de Número
Real Academia Nacional de Medicina

Toma de Posesión: 28/04/1861

Sillón nº 11

Fallecimiento: 27/01/1892


Biografía:

El día 5 de mayo de 1825 nació en Segovia el que más tarde serla una figura ilustre de la Medicina española, Dr. Castelo y Serra.

Enalteció con su ciencia y renombre profesional la ciudad que le vio nacer y en ella, en prueba de reconocimiento, se le rindió años después, un homenaje popular muy sonado, colocando una placa en la casa donde nació, y el Ayuntamiento acordó señalar con su nombre la vía (donde estaba ubicada esa casa natalicia), que aún se conserva en el callejero de la ciudad.

Nuestro pequeño Castelo, después de cursar los estudios de enseñanza primaria y de Bachillerato en Centros oficiales segovianos, se desplazó a Madrid y en el Real Colegio de San Carlos estudió la carrera de Medicina, estudios para los que desde muy joven, sentía gran vocación.

Brillantemente realizó sus estudios a lo largo de los Cursos correspondientes y a partir del tercero fue Colegial interno, conquistando por fin, el título de Licenciado en Medicina y Cirugía, con la máxima calificación.

En esta primera etapa de su vida, aprendió correctamente los idiomas clásicos (latín y griego) que manejó durante toda su vida con bastante soltura y corrección, lo que le facilitaría en gran manera, el desarrollo de sus trabajos literarios (en los que se distinguió, como veremos más adelante) y su capacitación científica, sin interrupción ni pausa a lo largo de su existencia.

Poseía dotes humanas muy estimables, entre las que sobresalían la rectitud de conciencia y espíritu de justicia, que fueron siempre reconocidos y alabados por quienes le conocieron y trataron.

Era amigo leal y sincero, sin dobleces, y "era, sobre todo, la modestia suma, la modestia elevada a tan alto, grado, que pudiera considerársele como personificación de esta virtud, no muy común, por desgracia, en el mundo", como dejó escrito alguno de sus comentaristas.

En ese mismo texto que nos guía, se puede leer: "Además de su valer en la esfera científica, sobresalían también en Castelo dotes literarias que en gran manera le enaltecían".

Volviendo al campo de sus estudios, señalemos que obtuvo el codiciado título de Doctor, presentando una Tesis magnifica, que verso sobre el tema "De la influencia de las pasiones en la producción de las enfermedades".

La leyó en la Universidad Central en mayo de 1852 y el tribunal, que estaba integrado por ilustres profesores de San Carlos, la calificaron con una brillante censura.

A poco de terminar sus estudios en San Carlos y conociendo el Claustro su alta calidad literaria y buena disposición para la docencia, le encargo de la enseñanza de "Retórica y poética" que regentó durante varios años con señalado éxito.

Precozmente también, siendo ya médico, colaboró asiduamente en algunos periódicos y revistas y especialmente, primero en el "Boletín de Medicina y Cirugía", pasando pronto a formar parte, de la redacción de "El Siglo Medico", cuando ambas revistas se fundieron.

En el orden profesional, actuó primero como médico general, en cuyo campo poseía una buena preparación y dotes de clínico experto, pero en 1857 obtuvo, por oposición, una plaza de Médico del Hospital de San Juan de Dios. Desde 1888 figuró como titular del Decanato del Cuerpo de la Beneficencia provincial.

Aunque ya había polarizado su atención científico-medica al estudio de la Sifilografía como especialidad que compendia todos los procesos venéreos (entonces y durante mucho tiempo fueron denominados erróneamente "secretos" y "enfermedades secretas"), realmente la atención profesional de esos especialistas, era más intencionadamente dirigida al diagnostico y tratamiento de la sífilis.

Conservaba todavía esta enfermedad de etología desconocida, un carácter muy grave, por dos motivos fundamentales: porque no tenía un tratamiento eficaz y también porque se propaga fácil y masivamente.

Por aquel entonces, se fundaron las Cátedras de las Especialidades en las Facultades de Medicina y de entre ellas, descollaba por las razones antedichas, la Sifilografía, con la amplitud, al menos teórica, que acabamos de señalar.

El Hospital de San Juan de Dios se creó con esa finalidad y conjuntamente, para la reclusión de los enfermos de lepra y pronto fue adquiriendo un prestigio público y aún científico, que llegó hasta nuestros días. En él se formaron la mayoría de los especialistas españoles, con renombre internacional muchos de ellos.

No cabe la menor duda de que el Dr. Castelo fue uno de los pioneros y autores en el desarrollo de la magnífica actividad científica, de hospitalización y docente, del Hospital de San Juan de Dios, y con Olavide (otro ilustre sifilógrafo de fama internacional), fundó y organizó el Museo de Anatomía Patológica, soberbio, que se conserva y alecciona aún en nuestros tiempos.

Castelo, que secundo fielmente a Ricord en sus concepciones y doctrinas, adquirió pronto un crédito envidiable en la Especialidad, que inteligentemente fue delimitando y prestigiando.

Sin darse cuenta, se fue ampliando el campo de acción de estos primitivos especialistas, para fijar su atención en la Dermatología. Las enfermedades de la piel acapararían pronto, el dominio del campo, dentro de la Especialidad.

EI Dr. Castelo presidio y colaboro en múltiples Congresos Internacionales, contribuyendo con trabajos originales y de positivo interés.

Su fama transcendió al extranjero y buena prueba de ella y a guisa de ejemplo, recordemos que fue uno de los médicos requeridos para asistir al Emperador Federico II, de Alemania.

Desde muy joven sintió gran afición a la literatura y escribía con un estilo correcto y elegante, llegando a producir composiciones poéticas de buena factura.

Humanista consumado, desde su juventud frecuentaba a los clásicos y se deleitaba con su lectura y análisis profundo.

Conversador delicioso y ameno, formaba parte con otros compañeros (Benavente, Garófalo, Méndez Álvaro, etc.) e ingeniosos literatos que también las frecuentaban, en algunas tertulias que se hicieron famosas en la época.

Amigo leal y consecuente, era hombre modesto y en el seno de la familia modelo de honestidad y de amor sacrificado hasta el límite. Pronto a prestar ayuda a quien la necesitara, sin parar en consideraciones de propia conveniencia, ni de discriminación alguna.

Por eso, contaba con la incondicional amistad de tantos compañeros y de todos los que le conocían, a los que frecuentemente prodigaba atenciones y favores, con gran generosidad y sin reparo alguno.

CASTELO, ACADEMICO

A la vista de los antecedentes señalados, de su prestigio cada día mas solido y de la lógica ambición que siempre sintió (común en la elite profesional de aquellos y de todos los tiempos) por alcanzar un sillón académico, se comprende que nuestro Dr. Castelo presentara su opción en el momento que le pareció mas propicio.

Y, en efecto, así lo hizo con ocasión del anuncio de varias vacantes en las filas académicas.

En el acta de la sesión celebrada por el Pleno de la Academia el día 23 de abril de 1854 y una vez abierta la sesión por el Presidente, Dr. Corral y Oña, Marques de San Gregorio, se invita al aspirante Dr. Castelo para que de lectura a la "Memoria que había presentado en opción a una plaza de Socio de número, cuyo título es: Sobre la necesidad de que los médicos sean literatos".

Ultimada la lectura, intervino el académico Dr. González Crespo para objetar, manifestando que "los sistemas médicos no han debido su boga a las galas literarias de que han solido a veces revestirse, sino a la natural propensión que tenemos a abrazar aquello que nos ahorra largos y pesados estudios".

En respuesta, el Dr. Castelo "insistió en que no habrían hecho tantos proselitos muchos sistemas, a no estar bien formulados".

Seguidamente, el Dr. Martínez dijo "que todos los extremos son viciosos; que la literatura tomada en su acepción total es incompatible con la medicina; que el que empiece a dedicarse por distracción al estudio de los clásicos literarios, acaba por dejar de ser médico; que no todos son a propósito para dedicarse a muchas cosas a la vez".

El Dr. Castelo convino en que, efectivamente, los extremos son viciosos y no pueden abrazarse en toda su extensión, el estudio de la Medicina y el de la Literatura; pero el médico debe de dedicarse a perfeccionar los conocimientos elementales que adquirió al principio de la Carrera y que hizo tal vez superficialmente y luego olvido. En especial, es indispensable el estudio de los idiomas latín y griego para conocer los Clásicos en su propio idioma".

Por último, el Dr. Nieto, Secretario, afirmó, entre otras cosas “que, por ejemplo, la literatura elemental es muy conveniente, siendo de desear que en nuestras reuniones se amplíe esta instrucción y que los médicos no dejen olvidar estas materias, porque pueden servirles de grande auxilio en muchos casos”.

A lo que, el Dr. Castelo "manifestó que hasta el médico práctico necesita de la literatura, para poseer convenientemente las teorías que le han de guiar en el ejercicio de su profesión".

Terminada así la discusión de la Memoria, la Academia quedó reunida en sesión secreta y "se procedió a la votación pertinente para la admisión del Dr. Castelo; resultando elegido, por unanimidad".

Nos ha parecido conveniente detallar con los anteriores datos la mecánica y desarrollo de la sesión, para que quede constancia de la forma en que se procedía en aquella época, a la elección de los Socios o Académicos de número.

AI Dr. Castelo se le adjudico la Medalla n.º 11 y el sillón correspondiente.

De su actuación en la Academia, a partir de su investidura, podemos señalar (después de revisar una serie de actas de sesiones) que no faltó a ningún acto ni sesión, interviniendo con frecuencia en la discusión de diferentes asuntos y temas, tanto de tipo administrativo y de régimen interior, como de carácter científico.

Se le adscribió, a través del tiempo, a diversas Secciones y Comisiones y figuró frecuentemente, a las de "Efemérides" y "Quirúrgica" y durante bastante espacio de tiempo figure como Secretario interino de Gobierno, firmando las aetas de muchas sesiones. También fue Vicepresidente durante dos bienios.

Merced a su exquisito y eficaz comportamiento, unido al gran prestigio logrado dentro y fuera de la Corporación académica, alcanzó años después la Presidencia, para la que fue designado en sesión de Gobierno de 30 de diciembre de 1890, sucediendo al Dr. Basilio San Martin.

En dicha sesión, presidida por este último, se dio cuenta, en primer lugar, de la propuesta reglamentaria hecha por la Comisión nombrada previamente y en la que y, por lo que respecta a la plaza de Presidente, figuraban los Dres. Castelo y San Martin.

Verificada, a continuación, la correspondiente votación en papeleta cerrada, dio el siguiente resultado: Dr. Castelo, 10 votos, y Dr. San Martín, 9 votos.

En consecuencia, se proclamó nuevo Presidente para el bienio siguiente, al Dr. D. Eusebio Castelo y Serra, que así alcanzaba el cargo más destacado a que podía aspirar.

Asimismo, en esa sesión se le designó para presidir la Comisión de "Medicina Forense",

Su actuación al frente de la Presidencia se desarrollo con el beneplácito y aun admiración de todos los académicos, que prestaron muy complacidos su más entusiasta colaboración.

Al respecto, decía en su Memoria leída en la inauguración de Curso de 1892, el Secretario Dr. Nieto y Serrano: "No solía Castelo faltar a sus compromisos, y en los que se imponen los Académicos, se mostro siempre uno de sus más fieles guardadores. Asiduo en la asistencia a las sesiones; solícito y presuroso en el cumplimiento de las tareas que le eran confiadas; pronto a tomar parte en las discusiones, guiábale siempre el amor a la Ciencia, a la profesión y a este Cuerpo científico, que tanto le echa de menos y ha de llorar su perdida por tiempo indefinido".

En el ámbito medico y entre las gentes en general, gozó de justa fama como médico y en particular como sifilógrafo, formando can Olavide la pareja mas renombrada de España y con favorable repercusión fuera del país.

Gozó, por tanto, de popularidad notoria y poco después de su desaparición, el Ayuntamiento madrileño le dedicó la calle que en nuestros días sigue conservando así su recuerdo.

Fue objeto de múltiples distinciones y muy relevantes, tales como las Cruces de Isabel la Católica y la de Carlos III.

A mediados de enero de 1892, en la Academia y desde su sillón presidencial, hizo un caluroso y sentidísimo elogio en recuerdo del Académico recién desaparecido, Dr. Antonio Codorniú.

Escasamente había transcurrido una semana, el día 30 del mismo mes y año (de enero de 1892), cuando sorprendió a todos la inesperada noticia de su muerte.

Gozaba hasta el ultimo dia de su vida, de salud suficiente y de modo repentino, se produjo el fatal desenlace, dejando sumida a su familia y también a tantos compañeros y amigos en un inmenso dolor, que tuvo la natural y penosa repercusión entre sus numerosos clientes y se extendió entre la sociedad madrileña en totalidad. Falleció a los 71 años de edad, cuando todavía podía esperarse de el continuación fructífera de su obra, que ya había sido tan importante y beneficiosa.

Quizás debido a su extraordinaria actividad profesional, tanto hospitalaria, en San Juan de Dios, como entre su abundantísima clientela privada, el Dr. Castelo no disponía de tiempo sobrante para dedicarlo a escribir. Y es muy de lamentar.

Sin embargo, colaboró intensa y asiduamente en "El Siglo Médico" donde escribió las Cartas ginebrinas, en las que hacia una detallada exposición de lo tratado en las sesiones de uno de los Congresos Internacionales de Ginebra en que tomo parte.

La critica mesurada e imparcial que hace de sus deliberaciones y de los importantes acuerdos tornados, interesaron apasionadamente a los lectores de la Revista y quedaron como modelo de reportaje político-medico de todos los tiempos.

También en "El Siglo Médico" publicó un verdadero tratado sobre la Clorosis (proceso tan discutido y tan en boga en aquellos tiempos). El tratamiento hidroterápico que se aplicaba entonces, era estudiado allí con gran precisión,  a la vista de los resultados obtenidos y a tenor de la propia experiencia acumulada por el autor.

Asimismo, dio a la luz una obra titulada sencillamente "Clínica”, de varios volúmenes, de la que no podemos dar sino simple noticia, por no haberla encontrado, pero tenemos la impresión de que era verdaderamente valiosa.

Ya hemos dejado constancia más arriba de su Tesis doctoral sobre el tema "De la influencia de las pasiones en la producción de las enfermedades", trabajo muy original por la forma con que orienta y trata el problema de las pasiones, como factores patogénicos en muy diversas enfermedades.

Recuerda como Galeno que seguía las ideas de Hipócrates y de Platón "considera a las pasiones como movimientos contranaturales del alma irracional", pero nuestro biografiado, partiendo de su expresión etimológica, define y concibe las pasiones como "una disposición a recibir las emociones más o menos vivas y a corresponder a ellas".

Se detiene luego en la clasificación de las pasiones y discute detalladamente cual es el asiento de las mismas, para concluir en que "el querer precisar el puesto de residencia de las pasiones es tan imposible como el marcar al nacer la aurora, el instante en que es completamente de noche, de aquel que es completamente de día".

Después se extiende en consideraciones muy atinadas y originales sobre los efectos de las pasiones en particular, que a través de las diversas edades ejercen marcada influencia en la producción de las más variadas enfermedades y procesos.

Nos parece inadecuado el lugar para entrar en más extensas y detalladas consideraciones, pero no dejaremos de manifestar que se trata de un muy interesante y original trabajo filosófico-literario con aplicación a la Medicina, que tiende a explicar con aproximación suficiente las génesis de muchos procesos, prejuzgando, en consecuencia, la terapéutica o medicina psicosomática de nuestros tiempos.

Altamente original y con exquisito tono literario, es el Discurso que pronuncio en la Academia con motivo de la inauguración de las sesiones en el año 1868 "adoptando como tema de este desaliñado discurso el examen de los poemas que, tomando por asunto la sífilis, escribieron en castellano, el Dr. Francisco López de Villalobos, en latín, Fracastor y en francés, mas modernamente, Barthelemy".

Este trabajo ocupa cuarenta amplias páginas de un Opúsculo, verdaderamente modelo por su cuidadosa impresión, hecha en la Imprenta de los Sres. Rojas, calle Valverde, 16, bajo, izquierda. Madrid.

Su lectura resulta interesantísima y amena, con análisis y comentarios verdaderamente originales sobre la obra poética dedicada por los tres, tan distintos autores o tratadistas, a la sífilis, proceso que por muy variadas razones preocupaba tanto entonces y en todos los tiempos.

Por su contenido y contexto magníficamente expuesto, es altamente encomiable y en su redacción brilla a gran altura la calidad literaria de su autor, haciendo gala de una erudición asombrosa, tamizada a través de un criterio sano y fructífero.

Creemos sinceramente, que por sí solo, este Discurso sería suficiente para acreditar a la alta personalidad de su autor, como valor indiscutible de entre los más destacados médicos y ensayistas de su tiempo.

Fuente: “Galería de Presidentes de la Real Academia Nacional de Medicina”, Valentín Matilla Gómez, Real Academia Nacional de Medicina, 1982.