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1861 - Corral y Oña, Tomás del, Marqués de San Gregorio







Académico de Número
Real Academia Nacional de Medicina

Toma de Posesión: 28/04/1861

Sillón nº 2

Fallecimiento: 14/12/1882


Biografía:

Fue elegido Presidente el 22 de mayo de 1861.

Riojano de nacimiento, vio su primera luz el 18 de septiembre de 1807, en la reducida villa de Leiva, municipio de la provincia de Logroño, a 11 kilómetros de Sto. Domingo de la Calzada, en un llano fertilizado por el rio Tirón. Coronada par el famoso castillo con cuatro decorativas torres, propiedad de don Juan de Leiva, probable predecesor de Antonio de Leiva, el héroe de la batalla de Pavía.

Los padres de nuestro personaje, fueron don Fernando de Corral y dona Eustaquia de Oña, honrados y modestos riojanos.

Desde niño fue protegido con especial predilección por su tío materno don Víctor de Oña, Abogado del Colegio de la Corte y Contador de la Casa Ducal de Frias.

Bajo su tutela hizo la primera y segunda enseñanza y seguidamente, a buen seguro que por inspiración del tutor, comenzó la Carrera de Leyes, pero la abandonó en el tercer Curso, en 1824, para emprender con gran entusiasmo y aprovechamiento, la de Medicina.

En 1832 obtuvo brillantemente el grado de Doctor y al mismo tiempo, por oposición, una plaza de Ayudante de Profesor, cargo muy estimado, porque podía continuar sus estudios y formación directamente en la Clínica, aprovechando al máximo las enseñanzas del maestro.

Su especialización en la rama obstétrica fue emprendida ya desde el principio y con gran entusiasmo, interviniendo pronto en diversos torneos científicos para aspirar a una Cátedra de esa disciplina.

Compitió con contrincantes muy caracterizados y distinguidos, como el ya entonces muy acreditado Sanchez de Toca y el sabio don Dionisio Solís. Al fin, logro colmar sus aspiraciones y la deseada Cátedra, en 1836.

Según testimonio unánime de sus discípulos y ayudantes, Corral y Oña desempeñó su misión docente con gran brillantez, formando en la Especialidad a numerosos alumnos y colaboradores, que fueron después sembrando la fama y buen nombre del maestro, por todo el país.

Con ocasión del natalicio de S.A.R. la Infanta Isabel Francisca de Asís, fue requerido el Dr. Corral a Palacio, actuando en el parto real con pleno éxito, lo que motivó su nombramiento de Medico de Cámara.

Años después paso a primer medico y Presidente de la Facultad de la Real Cámara, sucediendo al ilustre especialista y profesor, don Juan Francisco Sanchez, ilustre Anatómico.

Por sus relevantes meritos y lealtad acrisolada, conto con la confianza plena de la Real Familia y de esa adhesión inquebrantable e inconmovible signo monárquico, dan buena prueba su decisión de abandonar la Cátedra para dedicar todo su tiempo a los deberes palatinos, así como el singular rasgo de acompañar en el exilio a Isabel II que antes le había nombrado Rector de la Universidad de Madrid.

Tras la Restauración de 1875, S.M. el Rey Alfonso XII le restableció en el cargo de Presidente de la Facultad de la Real Cámara, recompensando sus servicios y lealtad con los títulos nobiliarios de Marques de San Gregorio y Vizconde de Oña.

Pese a su avanzada edad de 68 años, el Marques de San Gregorio no dudo en acompañar al Rey en las Campañas de 1875 y 1876 hasta concluir la guerra civil que asolaba nuestras ciudades y pueblos, arrebatando en flor la vida de nuestra juventud.

A lo largo de su existencia, nuestro biografiado desempeño cargos relevantes y figuro como personaje muy destacado en la Ciencia y también en la política.

Fue Consejero de Instrucción Publica y de Sanidad, Senador del Reino en tres legislaturas y por la Universidad de Madrid, Presidente de Honor de la Sociedad Ginecológica Española, etc.

Al final de la vida ocupo un sillón de la Academia Española y estaba en posesión de la Gran Cruz de Isabel la Católica, la de Carlos III, la de Merito Militar y la Medalla de Alfonso XII; la de Cristo, de Portugal y la de San Miguel, de Baviera.

A los 75 años de edad, víctima de larga y penosa enfermedad (cuyo carácter sus biógrafos no precisan mínimamente), falleció, dejando un hueco difícil de llenar, tanto en nuestra Academia, como, en general, en la Medicina nacional de esa época.

Su primer contacto formal y oficial con nuestra Academia, lo tuvo el Dr. Corral y Oña como consecuencia de su nombramiento de Catedrático Supernumerario de San Carlos. En ese sentido, según consta en el libro de actas de aquel momento, en sesión celebrada por la Academia el 16 de enero de 1837 es incorporado como Académico nato, a tenor del párrafo 19, Cap. 2.° del Reglamento vigente.

Del merecido predicamento y prestigio que logro en la Academia, da buena prueba su elección, por primera vez, para el cargo de Presidente, el 22 de mayo de 1961 y después, reelegido cinco veces: en 1863, 1874, 1878, 1880 y por último, el 4 de diciembre de 1882, falleciendo pocas fechas después, exactamente el día 14 del referido mes y año.

Tres días después, en el núm. 1.512 de 17 de diciembre, en el prestigioso El Siglo Medico pudieron ver sus lectores una breve crónica firmada por "Decio Carlan" (pseudónimo que usaba habitualmente su Director el ilustre Dr. Carlos Cortezo) en la que se daba cuenta de tan infausto suceso.

En el núm. siguiente, aparecido el día 24, se ampliaba la luctuosa noticia, comentada extensamente por el no menos ilustre Dr. Angel Pulido, con una magnifica crónica en la que se analizaban las excelentes dotes de la extraordinaria personalidad que acababa de desaparecer, haciendo patente su dolor, común a toda la clase médica española.

Escribe Pulido: "Ciertamente que la figura del Marqués de San Gregorio aparece tanto más radiante y majestuosa cuando más cerca y al detalle se la examina, por haber brillado en ella esas dotes sublimes de la inteligencia privilegiada, de la ilustración extensa y profunda, de la belleza para el discurso doctrinal, del acierto en el juicio clínico y de la habilidad para el procedimiento practico".

Todos sus biógrafos coinciden en afirmar que era de carácter indulgente y de bondad bien reconocida, expresando en todo caso su simpatía desmedida hacia la juventud, a la que aleccionaba en la Cátedra con el mayor interés y acierto.

Su ciencia práctica -dice de él, Nieto y Serrano- se traducía por tres creencias firmemente arraigadas: Creía en el arte médica, en la dignidad humana y en la bondad de Dios.

Fecundo escritor, dotado de gran cultura, dejó trabajos lúcidos sobre temas muy variados e incluso fuera del ámbito de la Medicina, como el discurso pronunciado en la solemne apertura del Curso universitario de 1851-52, sobre "La Filosofía practica del siglo XIX".

Otro trabajo inédito que presentó para aspirar al grado de Doctor, encierra un comentario muy agudo y detallado del aforismo 6.° de Hipócrates, sección 2.ª, que dice: "Quicumque dolentes digna corporis parte, dolore omnino non sentiunt mens aegrotat".

Dejo también un prologo o introducción muy singular, que debería servir para encabezar una historia de filosofía medica que al fin no publico, lamentablemente.

En lo que hace a la especialidad tocológica que tan brillantemente cultivo, merece destacarse una Memoria "acerca de la obliteración del orificio uterino en el acto del parto, y de la histerotomía vaginal" (1845).

Al año siguiente vio la luz otra producción suya: "El año clínico de obstetricia y enfermedades de la mujer y niños" que es una colección de las observaciones más importantes recogidas en la Clínica de partos, de enfermedades de la mujer y de los niños, en la Facultad de Ciencias medicas de Madrid.

Amén del bellísimo Discurso de recepción en la Academia de la Lengua y otro que hizo en honor de Calderón de la Barca, a cuyo estudio le dedico especial atención.

También pronuncio el Discurso de inauguración en la Academia de Medicina y Cirugía de Castilla la Nueva, e1 26 de enero de 1851, versando sobre e1 tema: "De la semiología humoral", en el que considera, con gran originalidad e intuición, la importancia del estudio de los humores, considerados como fuentes del diagnostico y de las indicaciones.

"Mi objeto -dice- es averiguar hasta qué punto puede servirnos el estudio fisiológico-patológico de los humores al establecimiento del diagnostico y de las indicaciones terapéuticas; y esto basta para que se conozca a primera vista, que la cuestión no debe de salir del terreno práctico, si bien permitiéndome, siempre con sobriedad, algunas consideraciones especulativas".

Verdadera sorpresa y admiración se siente al leer este trabajo, al ver como su autor atisba y profundiza en problemas y posibles soluciones que después, a través de un siglo, podemos ver satisfechos y con una capacidad de aplicación que nos es tan útil e indispensable.

Allí, se dejan sentadas conclusiones verdaderamente proféticas, tales como el que "el diagnostico de ciertas enfermedades esta todo él en los humores", que "no debemos descuidar la aplicación de la química en la semiología humoral", "que la quimiátrica abriga un bello porvenir" y "que puede sacarse un gran partido de la microscopía",

Asombra que todo esto se haya podido vislumbrar y escribir a mediados del siglo pasado.

También resulta curiosa y altamente interesante, el recordar su meditada y valiente campaña contra las tendencias homeopáticas de aquella época, que fueron difundidas por innumerables médicos, con más o menos prestigio, dentro y fuera de España.

Entre los más fervorosos adictos a esas doctrinas, figuraban personas muy destacadas en la Corte, por lo que nuestro personaje sufrió diatribas y censuras de significados palatinos, pese a lo cual siguió defendiendo sus ideas totalmente contrarias, que desarrolló en una serie de ocho conferencias o "Lecciones de refutación de la doctrina de Hahnemann" explicadas en la Facultad de Medicina de la Universidad de Madrid al concluir el Curso de 1849 a 1950.

A lo largo de sus disertaciones, analiza exhaustivamente las ideas y conceptos contenidos en el Organon del Arte de curar o doctrina médica homeopática (con su consecuente farmacología análogo-infinitesimal y aporta, en contra, razones y argumentos verdaderamente contundentes.

Fue aquella, una época en que floreció y se difundió rápidamente la medicina homeopática y en Madrid se fundó la Sociedad Hahnemanniana matritense, con socios médicos, incluso prestigiosos, como Martínez Tortosa (que refutó públicamente un Discurso pronunciado en la Facultad de Medicina por el Dr. don Vicente Asuero), don Lorenzo Tejedor y don Manuel Rollan, entre otros muchos.

A estas horas resulta aleccionador y hasta delicioso, leer detenidamente el grueso volumen en que se insertan todas estas producciones y trabajos, en pro y en contra de una doctrina que contó con tantos adeptos y entusiastas, pero hoy afortunadamente periclitada,

Para llegar a ese resultado, ventajoso para la humanidad, figuró como autor preeminente el Dr. Corral y Oña que tenazmente se opuso a su difusión.

Digno colofón de su limpia, prestigiosa y brillante vida científica y profesional.

Fuente: “Galería de Presidentes de la Real Academia Nacional de Medicina”, Valentín Matilla Gómez, Real Academia Nacional de Medicina, 1982.