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Sesión Necrológica del 1 de Febrero del 2005

Sesión Necrológica en memoria del Académico de Número

Excmo. Sr. D. Domingo Espinós Pérez,

Discurso de precepto, en nombre de la Academia,

a cargo del Académico de Número

Excmo. Sr. D Manuel Díaz-Rubio García

En Memoria del Excmo. Sr. D. Domingo Espinós Pérez.

Domingo Espinós Pérez

 

 

 

 

 

Catedrático de Patología y Clínica Médicas
Universidad Complutense de Madrid

Académico de Número y Vicepresidente
Real Academia Nacional de Medicina

Sillón nº 37-Medicina Interna-

 

El discurso de precepto fue pronuciado por el Excmo. Sr. D. Manuel Díaz-Rubio García,

Manuel Díaz-Rubio García

 

 

 

 

 

Catedrático Patología y Clínica Médicas
Universidad Complutense de Madrid

Académico de Número
Real Academia Nacional de Medicina

Sillón nº 7 -Medicina Interna-

 

Excmo.Sr.Presidente, Excmos.Sres.Académicos, señoras y señores:

La Junta Directiva de la Real Academia Nacional de Medicina me ha encargado realizar el discurso de precepto en esta sesión necrológica en memoria del que fue Académico de Número y Vicepresidente de esta Corporación, el Excmo.Sr.D.Domingo Espinós Pérez, tarea que asumo como un honor pero con profunda tristeza. Realizar esta misión de obligado cumplimiento se torna en dolor cuando se trata de rememorar la insigne figura no solo de un gran maestro de nuestra medicina, sino la de un magnífico compañero y entrañable amigo. Desde hace muchos años he tenido la fortuna de compartir con él no solo inquietudes universitarias y científicas sino también de índole personal lo cual me llevó a conocer en profundidad a un hombre lleno de bondad y amor por cuanto quería y a lo que se entregaba sin ningún tipo de reservas.

Hombre de condiciones excepcionales, su vida no fue otra cosa que entrega a la universidad, al hospital, a sus pacientes, a sus discípulos, a sus amigos, a la Academia y de forma muy especial a su familia, lo mas preciado que tenía en su vida como él mismo decía. Para construir todo lo que fue fundamental en su vida, usó como argamasa la bondad, no entendiendo los resultados que pudieran producirse, fuesen del signo que fuese, si ella no estaba presente en todos sus actos.

Desde muy joven Domingo Espinós había decidido ser médico. La figura de su padre, Domingo Espinós Gisbert, sin duda había influido, y de forma importante, en su formación. Gran hombre, Profesor de Anatomía Patológica en la Facultad de Medicina de Valencia, Médico de Sanidad Nacional y Académico de Número de la Real Academia de Medicina de Valencia, Domingo Espinós Gisbert, fue una referencia de primera magnitud no solo en su formación sino un ejemplo a seguir para cuanto quería ser y hacer a lo largo de su vida.

Con este ejemplo, Domingo Espinos acomete su carrera de Medicina. Había nacido en Alcoy (Alicante) el 25 de diciembre de 1932, un día especial para él y que siempre ligó a su compromiso vital. Tras estudiar el Bachillerato en el Colegio Luís Vives de Alcoy y en el Colegio del Pilar en Valencia comenzó la carrera de Medicina en 1949. A partir de ese momento su compromiso con lo que hace se torna tremendo, se vuelca en el estudio y la asistencia a la Facultad, siendo alumno interno por oposición en la Cátedra de Anatomía Patológica, y en las asignaturas clínicas, también como alumno interno, en el equipo de urgencias hospitalarias adscrito a la cátedra del profesor Miguel Carmena. Su pasión por la medicina y su capacidad de trabajo le llevó a terminar sus estudios en 1955 con 26 matriculas de honor y premio extraordinario de licenciatura además de conseguir el prestigiado Premio de Anatomía Peregrín Casanova.

Acaba la carrera se olvida de las vacaciones. Se va a Santander a la Universidad Menéndez Pelayo a un curso que dicta el Profesor Julián Sanz Ibáñez sobre Histopatología del sistema nervioso, se encandila con la Universidad y ya no se separa de ella. Hace el doctorado y diversas oposiciones, a Diplomado en Sanidad, Medicina e Higiene Industrial, Médicos Forenses, Médicos de Casas de Socorro, sacando todas ellas. Pero todo esto no le satisface y en 1956 se viene a Madrid incorporándose a la Cátedra del Profesor Vicente Gilsanz buscando poder acometer su vocación universitaria. En ella se realiza con prontitud, encuentra un maestro que le guíe y el ambiente que buscaba tanto en el área asistencial como en el docente e investigador. Este es un momento trascendente en su vida que va a marcar su futura trayectoria. Lo sabe y no desaprovecha la oportunidad.

Su vocación y trabajo es de tal envergadura que pronto recibe el apoyo de su maestro. Consigue por oposición una plaza de Medico Interno, y más tarde de nuevo por oposición la de Profesor Adjunto de Patología y Clínica Médicas. Sin embargo su deseo de saber mas y formarse mejor le lleva a ampliar estudios fuera de España. En 1957 con una beca de la Diputación de Valencia se traslada a Cardif para trabajar junto al Profesor Gouph en aspectos relacionados con el Estudio funcional de la bronconeumopatías trabajando además en la técnica de cortes finos de pulmón . Ese mismo año con una beca de la Fundación Stevenson marchó a Edimburgo con los Profesores Stanley Davidson y Ronald Girwood y a Glasgow con Stuart Douglas. En estas estancias trabajó inicialmente en el área cardiológica, concretamente poniendo a punto el estudio del volumen minuto con radioisótopos para poder profundizar en el mecanismo del shock en el infarto de miocardio. En ese tiempo comenzó además su formación en la investigación en el campo hematológico concretamente sobre bioquímica de las plaquetas. En 1960, vuelve a Edimburgo con Girdwood con una beca de la Fundación Juan March esta vez para trabajar sobre la valoración de la vitamina B-12 y del acido fólico en sangre.

Estos estudios le forman en el camino de la investigación y fruto de ellos son diversos trabajos que publica y la realización de su tesis doctoral que lee en Madrid en 1963 titulada La deficiencia de la vitamina B 12 y del ácido fólico en la clínica: su diagnóstico por dosificación , que recibió el premio extraordinario. De nuevo en la Cátedra del Profesor Gilsanz, profundizó en estos estudios y otros que había acometido su maestro sobre la biopsia renal. Sin embargo su gran pasión era la hematología pero siempre dentro de la medicina interna. La nota necrológica que realicé en Diario Médico estaba encabezada por el titular: Alma de internista, hematólogo de referencia. Creo con ello expresar en este momento cuanto fue su vida docente, asistencial e investigadora y que brilló con gran intensidad a lo largo de su vida. Amparado por su maestro montó en la Cátedra un moderno laboratorio clínico y de investigación hematológica que fue una referencia nacional en su momento y el embrión de lo que seria el Servicio de Hematología que creó y que hoy sigue vivo gracias a él. Esos años de Profesor Adjunto, volcado en su labor en la Cátedra y el Laboratorio, fueron vitales para él. Se fraguó en él un importante prestigio que completó con estancias en Paris con Jean Bernard y George Mathe y en Londres con V.Dacie, los hematólogos sin duda más importantes del mundo en ese momento y que mas trascendencia tuvieron en la moderna hematología.

Su labor era imparable, todo el mundo le admirada y le respetaba. Era sin duda el mejor futuro de una medicina interna que el desarrollo de las especialidades médicas cuestionaba, una medicina interna representada por una generación que había introducido la medicina científica en este país y que estaba cerca de la jubilación. Otros grandes médicos de nuestra especialidad habían irrumpido ya con tremenda fuerza, alguno de los cuales como el Profesor Amador Schüller, nuestro Presidente en la Real Academia , sigue estado con nosotros, demostrando con su obra la realidad de dicho relevo generacional.

Un año clave en la vida de Domingo Espinós fue 1971, año en que obtuvo por oposición la Cátedra de Patología General de la Universidad de Santiago de Compostela. Ese momento marca de forma brutal su vida y su compromiso vital. Su vida ya no tiene marcha atrás. La Universidad lo es todo y su obligación con ella adquiere una fortaleza tremenda. Ese mismo año pasó a ser por traslado Catedrático de Patología y Clínica Médicas de la misma Facultad , y comenzó a construir desde las pocas piedras que existían en una de esas Cátedras españolas antaño abandonadas o no queridas por sus predecesores. Organizó la Cátedra dotándola de una estructura moderna y una vez mas creó un Servicio de Hematología, su otra gran pasión como hemos dicho, además de una unidad de endoscopias y otras de enfermedades respiratorias. Sin embargo ese estimulante, ilusionante y feliz periodo de su vida dura muy poco. De nuevo la Universidad le tienta y le tienta nada menos que con una Cátedra en Madrid. Lo piensa pero se decide rápidamente. Tiene que venir a Madrid y poner en marcha aquí todo cuanto lleva dentro. En Santiago, piensa que no podrá acometer muchos otros proyectos al ser una Facultad pequeña y Madrid tiene unas posibilidades para ello mucho mayor. No se trata de ambición sino de un noble deseo de trabajar, de construir para la Universidad. Quienes le conocimos de cerca sabemos bien de ello.

En 1975 ya está en Madrid. Tras magnífica y reñida oposición consigue la Cátedra de Patología y Clínica Médicas. Oposiciones como aquella son las que crean pasión y vocación por la Universidad aunque en el caso de medicina, al menos en las asignaturas clínicas, han pasado desgraciadamente a la historia. Hoy las plazas de Catedráticos y Jefes de Servicio de los Hospitales de carácter universitario, se cubren por otros criterios en base a objetivos asistenciales, lo cual acabará pasando una enorme factura a la Universidad que la sociedad no podrá pagar. Llega Espinós a Madrid con enormes ganas de trabajar, lleno de ilusión y despertando expectación y esperanza de cambio en su nuevo destino. Cuanto había visto a sus maestros en España y fuera de ella lo quiere plasmar. Pero lo quiere hacer de la forma que él había concebido en base a su consideración de universitario profundo e imbuido de las corrientes reformistas que estaban teniendo lugar en los países europeos mas avanzados. Y lo hace llegando a una Cátedra con una historia que hubiera echado para atrás a cualquiera. Llega a la cátedra que había regentado don Carlos Jiménez Díaz, figura irrepetible y uno de los introductores del método científico en la medicina clínica en nuestro país, cátedra que se encontraba llena de sus discípulos. Lejos de plantear una ruptura con lo anterior, asume su legado y se pone a trabajar. Construye. Con paciencia y profunda sabiduría junta a los discípulos de Jiménez Díaz y los va asemejando a su propia forma de pensar a va vez que va incorporando a nuevos médicos de nuevas promociones. En pocos años, logra un Servicio de Medicina Interna homogéneo, bien avenido y con enormes ganas de trabajar. De alguna forma había conseguido lo que parecía imposible. Una transición impecable, respetando las raíces y llenando de nuevos brotes el árbol de la ciencia.

Médico excepcional, con un gran sentido clínico, profundamente meticuloso en la anamnesis y en la exploración, destacó por sus aciertos diagnósticos y terapéuticos y por su entrega absoluta a sus pacientes. En esos momentos fundamentales de su vida, volcado en la asistencia, docencia e investigación, comienza a trabajar en dos planteamientos básicos. Defensa de la Medicina Interna y desarrollo de las especialidades médicas. Su experiencia y trabajo previo le avalan y pronto monta el Servicio de Hematología cuya responsabilidad compartiría con el Servicio de Medicina Interna. Pero además diseñaría lo que seria el futuro de su Cátedra y hoy es la realidad en el Hospital Clínico de San Carlos. Además de la Hematología dio un impulso tremendo para crear la Unidad de Patología Ósea y la de Patología Respiratoria , hoy con rango de Servicio. Para su satisfacción estos Servicios o Unidades están hoy regidos por algunos de sus discípulos como son Ana Villegas en Hematología, Carlos Lozano Tonkin en Osteopatías y José Luís Álvarez Sala en Neumología, todos ellos además Catedráticos de la Universidad Complutense.

Esta entrega a sus objetivos, siempre marcada por la búsqueda del equilibrio entre la docencia, asistencia e investigación, sufrió un serio revés cuando en 1987 la Dirección-Gerencia del Hospital le plantea la renuncia o bien a la Jefatura de Medicina Interna o a la Jefatura de Hematología. Este momento, que viví en primera persona por motivos similares, le creó una gran conturbación. ¿Cómo renunciar a su obra? ¿Cómo renunciar a aquello que tanto esfuerzo e ilusión había puesto en conseguirlo y que era un hito en nuestro Hospital Clínico de San Carlos? ¿Cómo le podían pedir tan tremendo sacrificio?. Cuando le comunican que se acaba el tiempo, que debe elegir, no entiende. No le es posible entender, como universitario profundo, que decisiones burocráticas tomadas por personas ajenas a cualquier construcción intelectual ligada a la vocación universitaria, le obliguen a dejar parte de lo construido por él. Esta expropiación intelectual y estructural de su obra le afectó profundamente, aunque una vez más se mostró con ese espíritu que solo un auténtico universitario puede tener. Supo renunciar para a partir de la renuncia construir de nuevo. Todo ello sabía que era así, y así debía ser, porque había tenido experiencias previas basadas en la responsabilidad y en el sacrificio personal.

 

Su compromiso con la Universidad

El compromiso de Domingo Espinos con las Instituciones que se involucraba alcanzaba niveles abrumadores. El era así para todo. Tanto en lo vocacional, profesional, personal, familiar, o de amistad, un compromiso suyo le llevada hasta la extenuación para dar satisfacción a aquello a lo que se entregaba. Él, como emisor, y para muchos que se acercaban circunstancial e interesadamente a él, conseguidor, se sentía satisfecho con ver a los demás disfrutar y ser felices. Su compromiso con la Universidad yo diría que fue brutal, basado en dar mas de lo que se le exigía. Siempre se encontraba en deuda, siendo su entrega a la Universidad absoluta, y aunque recibió sus recompensas nunca estuvieron éstas relacionadas con cuanto dio.

Una etapa de su vida mas relacionada con la entrega que con la recompensa fue su paso por la Dirección Médica del Hospital Clínico de San Carlos. Nombrado Catedrático-Director en 1976, sustituyendo al Profesor Francisco Orts Llorca asumió su responsabilidad en un momento de gran dificultad y de inestabilidad política. Sin embargo su buen hacer estuvo siempre presente logrando cambios sustanciales no solo para la continuidad del Hospital sino para su modernización. Consiguió un nuevo presupuesto doblando las partidas anteriores, duplicó el número de enfermeras, incrementó el número de auxiliares de clínica, puso en marcha nuevos servicios como las Urgencias con su Laboratorio, el Servicio de Hematología y Hemoterapia, o los Quirófanos de Cirugía Cardiaca u Oftalmología. Además de ello incorporó al Hospital la mas moderna tecnología disponible en ese momento como fue el caso de la tomografía axial computerizada.

Esos años en la dirección del Hospital Clínico hasta 1980 fueron intensos y de absoluta entrega repercutiendo como él mismo decía en su dedicación a otras áreas como la investigación, aunque ese periodo fue tan rico en su vida que siempre consideró había sido una suerte disfrutar de tal oportunidad y ofrecer a la Universidad, por la que tanto luchaba, una transición nueva en el Hospital.

Fuera de este ambiente, otra transición se desarrollaba en España. La muerte del General Franco dio paso a un nuevo sistema político y a unos cambios que pronto tuvieron una honda repercusión en todos los ámbitos y como no podía ser de otra forma en el terreno universitario y en medicina. Pronto esa paz que había conseguido en su Cátedra y en su paso por la Dirección del Hospital se tornó en una guerra sorda que manaba ante todo de lo que estaba aconteciendo en la sociedad española. El cambio, como hecho estructural de la vida española se adueñó pronto de la Universidad y de la vida hospitalaria, saliendo por doquier universitarios de toda la vida que nunca habían sido vistos por la Universidad. El asalto a ella conllevaba el tratar de desprestigiar a los que con su vocación, trabajo y dedicación a la universidad habían hecho de su vida un objetivo. Estos años siguientes fueron duros para Domingo Espinos y el auténtico mundo de la Universidad. No se podía dar más. El lo había hecho y salió dolido de tal empresa como otros muchos universitarios profundos y enteros. En el fondo su error no fue otro que pensar en que la recompensa existía y en el reconocimiento a su labor generosa. Años más tarde me confesaba que no se arrepentía de cuanto había entregado y que en cuanto a la recompensa era suficiente con su satisfacción por el deber cumplido y con su propia autoestima.

Sin embargo su gran pasión continuaba, que no era otra que su entrega a la Universidad. Se volcó en su cátedra y en la docencia una de sus grandes pasiones a lo largo de su vida. El contacto directo con sus alumnos le llenaba de forma especial tratando de conocer a todos ellos y de estar cerca de sus vivencias. Para él las clases, las cuales preparaba con una enorme ilusión, lo eran todo, quizás una de las pocas cosas que le habían dejado a los catedráticos, aunque cada vez éstas son incluso menos en base al reduccionismo doctrinal y al reparto de las clases entre todo tipo de profesores. Hoy, con estos planteamientos, es cada vez mas difícil que los alumnos conozcan a sus mejores profesores, quizás porque lo que hoy predomina es la idea, incentivada por los mediocres, del “todos somos iguales” en un afán de oscurecer a los mas brillantes. Domingo Espinós vivió y disfrutó de la Universidad en toda su profundidad. Fue Director del Departamento de Medicina durante muchos años, miembro activo de la Junta de Facultad y del Claustro de la Universidad. A todas estas responsabilidades se entregó con toda su alma y en todos los ambientes fue reconocido como un generoso y entregado universitario. Luchó denodadamente por mejorar la enseñanza práctica durante la licenciatura llamando la atención continuamente sobre la necesidad de que todos los médicos del Hospital Clínico de San Carlos fueran cuanto menos profesores asociados, de la misma forma que con su peso conciliador defendió la incorporación de los especialistas a la docencia aunque siempre bajo el elemento común para todos que era la medicina interna.

 

Su obra escrita

Si un hombre pasa a la historia por entre otras cosas su obra escrita, Domingo Espinós , fue un hombre que entró en la Historia de Medicina hace ya muchos años. El número de sus publicaciones científicas fue realmente importante con una cifra que supera las 400. Pero no es solo el número sino la calidad de sus publicaciones, caracterizadas por sus aportaciones originales y nuevas concepciones.

Domingo Espinos ha llenado la bibliografía médica de los últimos 40 años con sus publicaciones. Es difícil destacar las más importantes aunque intentaremos sintetizar en breves minutos sus líneas de trabajo más importantes. Dentro de la línea docente destaca la obra Tratado de Medicina Interna que tuve la suerte de publicar con él. Fue sin duda un lujo y un honor compartir con él cabecera en ese Tratado. Su trabajo y aportación fue de gran magnitud rebosando en su planificación un profundo sentido de la Medicina Interna y su equilibrio con el imparable desarrollo de la Especialidades Médicas. Su capacidad de atinar con los autores mas adecuados para la redacción de los capítulos fue sin duda una de sus principales aportaciones, hecho el cual es trascendental en una obra multiautor. Su maestría en el diseño del libro, la propuesta y revisión de capítulos y su generosidad científica me hicieron sentir feliz durante su redacción. Compartir con él tantos ratos de trabajos fue un privilegio del que puedo presumir, del que me siento feliz y que nunca olvidaré. Acometimos igualmente la publicación de las Clínicas Médicas de España , serie de gran aceptación tanto en España comos en los países de nuestra lengua, que ha completado ya un total de 8 números, uno de ellos dirigido por él mismo y titulado Inflamación y Enfermedad , una monografía de referencia para los que quieran saber mas y mejor sobre dicho tema.

A u lado otras monografás y sus publicaciones de carácter mas docente, con gran cantidad de revisiones de conjunto, artículos de divulgación y otros escritos, sus aportaciones originales fueron de gran entidad resultando difícil destacar entre tanto lo mejor. No obstante sobresalen en su obra científica 3 líneas fundamentales como son las investigaciones en el campo de la hematología, las enfermedades respiratorias y las enfermedades del hueso. En hematología resaltan sus estudios referentes a la regulación de la masa eritrocítica y el trasporte de oxígeno. Puso en marcha por primera vez en España, junto a Joaquín Díaz Mediavilla, la valoración de eritropoyetina utilizando la técnica biológica in vivo con ratones convertidos en poliglobúlicos mediante una atmósfera pobre en oxígeno, sucediéndose a partir de ahí diversos e importantes estudios, con Serrano y Sicilia Enríquez de Salamanca, sobre el valor de la eritropoyetina en las poliglobulias. Importantes también fueron los referidos a la eritropoyetina en los enfermos renales, demostrando que la actividad eritropoyética del plasma de estos enfermos es superior en los pacientes sometidos a diálisis peritoneal que a hemodiálisis. Estudió también la concentración del metabolito 2,3-difosfoglicerato en diversos procesos y demostró que en la insuficiencia renal la adaptación de la desviación de la curva de oxihemoglobina no es adecuada y los niveles de 2,3-difosfoglicerato no se elevan como debía tener lugar. Estos estudios publicados en revistas internacionales de gran impacto, supusieron una novedosa e importante aportación.

En cuanto a las hemoglobinopatías realizó un gran estudio, con Ana Villegas, sobre la talasemia, tanto alfa como beta, en la población española, demostrando que la alfa-talasemia es la hemoglobinopatía más frecuente que existe en España. Otras aportaciones dignas de mención fueron las relativas a la coagulación intravascular diseminada junto a Amalia Escrivá, o la serie de estudios experimentales realizados con Elpidio Calvo demostrando que la coagulación interviene en la patogenia de la nefropatía por diversos tóxicos como el cisplatino o el cloruro de mercurio.

La segunda línea a la cual ha dedicado buena parte de su vida fue a las enfermedades respiratorias. Su interés en esta área, fraguado en 1957 en Cardif junto al profesor Gouph, se consolidó con su discípulo Álvarez Sala. Sus trabajos sobre el 2,3- difosfoglicerato le introdujeron de nuevo en los estudios fisiopatológicos respiratorios, profundizando en la respuesta del organismo a la hipoxia en el caso de la insuficiencia respiratoria y tabaquismo. Dentro de esta línea respiratoria destacan además sus publicaciones sobre la apnea obstructiva del sueño adelantándose varios años a las realizadas por los grupos internacionales más potentes en este campo. Importantes también fueron sus trabajos sobre el lavado broncoalveolar, demostrando el alto valor que dicha técnica tiene en el mejor conocimiento de la patología pulmonar alveolo-intersticial.

En la línea de las osteopatías resalta su estudio con Horacio Rico, el primero en España, sobre la masa ósea de nuestra población según la edad y sexo. De gran importancia es también su aportación al tratamiento de la osteoporosis con calcitonina, señalando la necesidad de la ingesta de calcio a las cuatro horas tras la toma de calcitonina, debido a la producción de un bache hipocalcémico.

Un aspecto sobre la que estaba especialmente interesado en los últimos tiempos era sobre el papel de la inflamación en diversas enfermedades, aspectos sobre los cuales le hemos oído hablar en muchas ocasiones en esta Real Academia. Esta línea que desarrollaba con Elpidio Calvo estamos seguros que no se extinguirá ya que está en buenas manos para mantener vivo el espíritu de Domingo Espinós.

Todo este conjunto de líneas de investigación y otras muy diversas fueron motivo de la creación de diversos grupos de trabajo de los que salieron además multitud de tesis doctorales, 53 exactamente, que fueron dirigidas por el profesor Espinós.

 

Su escuela

Destaca en Domingo Espinós su capacidad para crear escuela, de ser maestro. La creación de escuela, antaño relativamente fácil desde la cátedra se hace cada día mas difícil ante los cambios sociales y universitarios que se han producido en el ultimo cuarto de siglo. La incorporación, acabada la carrera, a una Cátedra era algo que marcaba tiempo atrás al que lo conseguía. Se seguía dicha entrada de una entrega absoluta al trabajo a cambio simplemente de aprender. La relación respetuosa, de admiración y reconocimiento hacia la figura del maestro era algo que formaba parte de la vida misma. A veces dicha relación rayaba en un condenable paternalismo, aunque aquellos que así se mostraban poco tenían que ver con la figura del maestro. El maestro no solo irradia ciencia y conocimientos, sino un saber ser y estar que no está al alcance de cualquiera. Hoy las cosas han cambiado porque nadie quiere ser discípulo y para ello la mejor de las estrategias es decir que ya no existen maestros. Craso error pues donde hay alguien que quiera aprender siempre habrá alguien que quiera enseñar. Hay que aprender a ser discípulo para ser maestro y Domingo Espinós fue un gran maestro porque fue un magnífico discípulo. Repito con frecuencia que, maestro es aquel que es capaz de transmitir algo más que simplemente conocimientos. Es aquel capaz de trasmitir un hacer y pensar impregnando de un estilo peculiar a un conjunto de personas. Estas, con él, componen ese binomio indisoluble que es maestro-discípulo o discípulo-maestro. Esa capacidad de ser maestro y discípulo solo la tiene un maestro. Esa capacidad de ser discípulo y maestro solo la tiene un discípulo. La acertada frase de don Pedro Laín, Mal maestro, el que llegada una situación en su vida no sabe ser discípulo de su discípulo. Mal discípulo, el que llegada una situación en su vida no sabe ser maestro de su maestro debería ser recordada de continuo por todos aquellos que profesamos nuestra admiración por los maestros y aceptamos ser sus discípulos como compromiso vital.

En estas coordenadas estaba Domingo Espinós y recogió sus frutos. Sería interminable señalar en este momento todos los que fueron sus discípulos cuyos nombres llevaba marcado siempre en su corazón. Entre los que alcazaron la Cátedra están José Luís Álvarez-Sala Walter, Carlos Lozano Tonkín, Ana Villegas Martínez, Horacio Rico Lenza y Jesus Millán Núñez-Cortes, a los que se suman los profesores titulares Elpidio Calvo Manuel , Joaquín Díaz Mediavilla, así como Zúñiga y Torre Carballada que quedaron en Santiago de Compostela. La lista de sus discípulos se complementa, junto a otros ya nombrados en este discurso, con Amalia Escribá y Francisco Javier Aboín entre un largo etcétera.

El reconocimiento a su vasta labor le llegó pronto y de todas partes y no solo en forma de distinciones sino con la asunción de nuevas responsabilidades. Fellow del Real Colegio de Médicos de Edimburgo (1978), Caballero de la Real Orden de Santa María del Puig (1983) alcanzó las que fueron para él las máximas distinciones al ingresar como Académico de Número de las Reales Academias de Medicina (1986) y Farmacia (1985). Fue Miembro del Consejo Editorial de la Edición Española del Tratado de Medicina Práctica, Coordinador General de la revista Pathos , Presidente del Comité Editorial de la Revista Iberoamericana de Investigación Clínica, Miembro de la Comisión Nacional de Investigación, de la Comisión Nacional de Hematología y Hemoterapia, Director del Departamento de Medicina de la Universidad Complutense , Vicedecano de Ordenación Académica, Director del Hospital Clínico, Presidente del Grupo Cooperativo Español para el Tratamiento de las Hemoblastosis, Vicepresidente de la Asociación Española de Hematología y Hemoterapia, Presidente del Comité Técnico Nacional de la Asociación Española contra el Cáncer, Vicepresidente de la Real Academia Nacional de Medicina y miembro de la Mesa del Instituto de España.

 

Su entrega a la Academia

Domingo Espinós ingresó en esta Real Academia el 21 de enero de 1986 con el discurso El trasporte de oxígeno por la hemoglobina y su patología , un trabajo de gran calado por sus aportaciones y dificultades técnicas como reconocería su maestro el profesor Gilsanz. Pocos meses antes en octubre de 1985 lo había hecho igualmente en la Real Academia de Farmacia. Realmente Domingo Espinós siempre gozó del reconocimiento de las Instituciones en las que el creía sobremanera. Para él, éstas no eran sino la garantía de continuidad de lo bueno que se había construido en el último siglo en nuestra sociedad, a la vez que convenía frecuentemente en la necesidad imperiosa de un cambio necesario para el mantenimiento del prestigio de ellas.

Las Academias que gozaron a finales del siglo XIX y principios de XX de un enorme prestigio como foro de discusión y difusión de la ciencia, han pasado por años posteriores de dificultades debido al desarrollo imparable de otras formas de llegar al médico, al científico y a la sociedad. Esta realidad, cuyo análisis y posibles soluciones no es el momento pertinente ni tan siquiera de esbozar, flotaba sin duda en la mente de Domingo Espinós. Entregado en los últimos años a la vida de nuestra Academia era sin duda para todos nosotros uno de sus más emblemáticos académicos. Científico amable, siempre tenía una palabra de estímulo, gratitud y generosidad para cuantos subíamos a este estrado a hacer nuestras presentaciones, atinando siempre en sus observaciones. Su experiencia en la Academia y en el Instituto de España, de cuya Mesa formaba parte, le llevó a analizar en profundidad el papel de las Academias en la sociedad actual, trabajando reflexiva y prudentemente en la necesidad del cambio. Su paso por la Junta Directiva de la Academia fue largo y tremendamente fructífero, cumpliendo exquisitamente sus cometidos y aportando trabajo, experiencia, ideas, y un deseo de hacer e involucrarse en la vida académica digno de todo encomio. Elegido hace apenas un año y medio Vicepresidente de nuestra Academia, demostró en ese poco tiempo cuanto llevaba dentro, y estamos convencidos de que se hubiera dedicado a ella no solo con la ilusión que mantenía de la misma forma que cuando estudiaba la carrera, sino con una absoluta entrega producto de su gran madurez, sentido de la responsabilidad y vocación académica.

 

Domingo Espinos como hombre

No quisiera acabar sin resaltar el valor de Domingo Espinos como hombre. Si como médico, científico, universitario y académico fue un personaje de calado extraordinario, todo queda empequeñecido cuando uno trata de acercarse a su figura humana. De gran inteligencia y cordialidad, no exento de cierta ingenua timidez, rebosaba una educación y simpatía que le hacían irresistible. Hombre de convicciones profundas basó su vida en su compromiso con ella misma, teniendo siempre presente los mas altos valores en los que fue educado y en los que profundizó para ser mejor con sus semejantes y consigo mismo. De una bondad extraordinaria buscaba el bien de los demás por encima de sus propios intereses, mostrándose dispuesto a ayudar a otros con una entrega en nada habitual. Este rasgo fundamental de su personalidad, la bondad, marcó su vida personal y profesional dándose a los demás con independencia de cuanto recibiera. Si algo recibía le parecía que no era merecedor de ello poniendo de relieve otro rasgo consustancial de su personalidad como era la humildad. Esa mezcla de bondad y humildad le convirtieron en un ser excepcional para sus semejantes, para sus amigos, a los que profesaba una lealtad inquebrantable y especialmente a su familia a la que ofrecía además un amor y entrega realmente ejemplar. Estar cerca de Domingo Espinós y recibir el calor de su amistad fue un privilegio del cual disfruté y que nunca podrá ser borrado de mi corazón.

Termino manifestando en nombre de la Real Academia y en el mío propio, el más hondo pesar por la desaparición de tan ilustre Académico. La Academia se siente importante por haberle tenido en ella y nosotros nos sentimos importantes por haber disfrutado de sus enseñanzas y amistad. En nombre de esta Real Academia y en el mío propio quiero expresar mis sentimientos más profundos de pesar a su mujer, Mary Tere, a sus hijos Domingo, María, Teresa, Miguel, Juan y Jaime, a toda su familia, así como a sus compañeros, discípulos y amigos. Hoy todos ellos son nuestra familia y con ellos y la Academia compartimos nuestro pesar.

Excmo.Sr.Presidente, Excmos.Sres.Académicos, señoras y señores, como en otra ocasión, termino haciendo una súplica a cuantos hoy nos reunimos en esta sesión necrológica. La cortesía académica y la buena educación les llevaría a todos ustedes a aplaudir esta intervención pero quisiera pedirles en vez del aplauso el silencio, silencio que cada uno llenaremos con los recuerdos y sentimientos que en todos nosotros despertó la figura del Excmo.Sr. Domingo Espinós Pérez.

 

He dicho.