Real Academia Nacional de Medicina
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1861 - Asuero y Cortázar, Vicente

Asuero y Cortázar, Vicente








Académico de Número
Real Academia Nacional de Medicina

Designación: 28/04/1861

Fallecimiento: 23/02/1873


Biografía:

La vida del Dr. Asuero fue, como veremos seguidamente, extraordinariamente fecunda y aleccionadora. Nos servimos de guía para redactar este ensayo biográfico, del estudio completísimo y pormenorizado que nos dejó su gran amigo y también destacado personaje de la época, D. Fermín Caballero y Morgay.

D. Fermín Caballero coincidió en Madrid, como enfermo, con el Dr. Asuero. Vivió desde julio de 1800 a junio de 1876. Fue periodista y político ilustre. Alcalde de Madrid. Diputado y Senador en varias legislaturas, y Ministro de la Gobernación en el Gabinete que presidio D. Joaquín María López. Pertenecía al Partido progresista y fue entusiasta defensor, en la prensa, de las ideas y proyectos económicos de Mendizábal.

EI Dr. Asuero nació el día 27 de octubre de 1806 en la antigua ciudad de Nájera, de la fértil región riojana. Sus padres fueron D. Angel Antonio Asuero y Guinea, natural de Nájera y D.ª Victoria Sáez de Cortázar, de Castillo, provincia de Álava, en la jurisdicción de Vitoria.

D. Angel Antonio ejerció como Cirujano en Nájera y posteriormente en otros varios partidos rurales.

Vicente, nuestro biografiado, fue el último de seis hermanos (cuatro varones y dos hembras). También algunos de los otros se distinguieron en sus respectivas profesiones; dos de ellos, militares, y el otro (José, el mayor) fue medico de prestigio en Madrid, pero ninguno alcanzó la nombradía de Vicente.

Por traslado de sus padres a Torrecilla de Cameros, de la misma provincia de Logroño, Vicente vivió y recibió la primera instrucción en la Escuela pública de ese pueblo.

A los diez años, aprovechando la coyuntura de que su hermano mayor residía ya en Madrid. Vicente se traslado a la Corte, para residir con aquel en la Calle de San Bernardo.

Para completar la instrucción elemental recibida en el pueblo, fue durante dos Cursos alumno de las Escuelas Pías de San Antonio, en la calle de Hortaleza y por las noches concurría a las clases de dibujo en la Academia de Nobles Artes de San Fernando. Tenía para ello mucha afición e indudables aptitudes, adquiriendo una alta pericia que le fue después de mucha utilidad.

Cursó a continuación los estudios de la 2.ª enseñanza (Humanidades y Filosofía) en los reales estudios de San Isidro y entre sus condiscípulos se contaban Mariano Jose de Larra (el "último romántico"), Hartzenbusch, Sierra Pambley y Salustiano de Olózaga, muy famosos después en sus respectivas actividades.

En los Cursos siguientes prosiguió sus estudios y en el de 1824-25, cursó la Física experimental y Matemáticas, en el Colegio Imperial de la Compañía de Jesús, logrando en octubre en ese último año, el grado de Bachiller en Filosofía, que le habilitaba para el ingreso en la Universidad.

Se matriculo entonces en el Colegio de Cirugía Médica de San Carlos, reformado en sus estudios por influjo de D. Pedro Castelló, Medico, como hemos visto en la Biografía correspondiente, de Fernando VII.

Era ya el primer Centro español en que se enseñaba Medicina y en su claustro figuraban figuras tan prestigiosas como Hernández Morejón, Bonifacio Gutiérrez y D. Diego de Argumosa, tan célebre como por su carácter desabrido y difícil.

En septiembre de 1831 alcanzo el grado de Bachiller en Medicina y Cirugía y dos años después, en mayo de 1833, el Diploma de Licenciado. Todos sus estudios los hizo brillantemente y desde los primeros Cursos consiguió una plaza de Colegial interno, que desempeñó ejemplarmente hasta el final.

Como era moda en aquellos tiempos, hizo una estancia en Paris que duro casi un año y allí hizo amistades valiosas en el campo de la Medicina. También adquirió libros e instrumental moderno.

A su regreso contrajo matrimonio con D.ª Facunda Villaescusa, hermana de su gran amigo y condiscípulo D. Julián. Era una joven de esmerada educación y adornada de muchas virtudes. En años posteriores tuvieron tres hijos (una hembra y dos varones), el último en 1845.

Asuero se estableció en Madrid de inmediato, con su familia, y muy pronto adquiriría un buen prestigio que le situó en lugar destacado entre los profesionales más relevantes.

El 16 de diciembre de 1839, obtuvo, por oposición, plaza de socio de número en la Academia de Medicina y Cirugía de Madrid. Reformados los Estatutos pocos años después, se le adjudicó el título de Numerario, el 1º de octubre de 1847, de la que se denominó entonces, Academia de Medicina y Cirugía de Castilla la Nueva.

Unos años antes, durante el periodo del Gobierno provisional de la Nación y siendo Ministro el que después seria gran amigo suyo, D. Fermín Caballero, se reformaron los Planes de Estudios y de Régimen interior de las Facultades de España.

Como consecuencia de esa reforma, fueron designados por el Gobierno los Catedráticos de todas las Facultades de España y, de entre ellos, para San Carlos, figuró en la relación, el Licenciado D. Vicente Asuero y Cortázar, por Real Orden de 20 de octubre de 1843. Su designación y el prestigio que pronto logro en la Cátedra, repercutió, naturalmente, para acrecentar la fama y nombre que nuestro personaje ya había cimentado sólidamente.

Cuando ya llevaba tres años al frente de la Cátedra, obtuvo el título de Doctor, que la mayoría de los Catedráticos poseían.

Con su nombramiento, se le asigno la Cátedra o asignatura XIV, "Moral, historia y bibliografía medicas". En el trascurso de unos años cambió repetidamente de disciplina; en alguna ocasión a petición propia, pero las más de las veces, por conveniencias de la enseñanza.

Enseñó dos cursos de Anatomía, uno de Fisiología y todos los demás explico Terapéutica. En 13 de agosto de 1867 se le encargo definitivamente de una nueva asignatura creada en el nuevo plan de estudios y designada "Ampliación a la Terapéutica, Farmacología e Hidrología medicas",

Por aquel entonces se promovió una gran controversia en la Facultad (generalizada en todo el país) sobre el sistema homeopático, tan en boga. Intervinieron varios profesores para rechazar las doctrinas de Hanneman. De entre ellos, se distinguió nuestro biografiado, como profesor de Terapéutica, con argumentos básicos, defendidos brillante y eficazmente.

Dando una muestra más de su actividad y generosidad, aceptó el nombramiento para desempeñar la plaza de profesor de Medicina en el Hospital de sacerdotes naturales de Madrid, titulado de San Pedro, para sustituir a D. Sebastián Olea que había fallecido recientemente. A instancias de su condiscípulo y coprofesor D. Tomas Corral, Marques de San Gregorio, se le invitó para que aceptase el nombramiento de Medico Consultor de SS.MM. y después de oponer obstinada resistencia por razones de carácter y falta de tiempo, tuvo al fin que aceptar, en unión de los Dres. D. Melchor Sánchez de Toca, Marqués de Toca, y de D. Juan Castelló y Tagell, Esto ocurría en 1º de enero de 1862.

Corría el año 1868 y se advertía un cambio radical, revolucionario, que invadía también el ambiente universitario, con "manifestaciones tumultuosas en los centros oficiales, presión intolerable en tribunales de exámenes, violentos ataques al derecho de varios profesores y relajación sin límite de la disciplina escolar que lastimaban a los más dignos, poniéndoles en la dura alternativa de retirarse o sufrir humillaciones".

Asuero, hombre digno e integro, animado de un gran espíritu de justicia, no dudó en pedir la jubilación y, en consecuencia, tras rechazar ruegos y gestiones oficiales que trataban de sugerirle un cambio de criterio, consiguió su propósito. El 10 de abril de 1869 se le expidió la Certificación de Catedrático jubilado "con 16.800 reales anuales de haber pasivo, por 33 años de servicio: 25 efectivos y 8 de Carrera". Tenía 63 años de edad.

No fue obstáculo esta nueva situación administrativa, para que continuase ejerciendo la profesión y cumpliendo sus deberes como medico consultor, tanto en lo privado como en sus cargos oficiales. Sin embargo, pronto decidió poner algún freno a su intensa actividad, aquejado de pequeños achaques propios de la edad.

En el ámbito de la Academia, siguió actuando con toda diligencia, interviniendo en sus tareas científicas y asistiendo asiduamente a todas las sesiones y actos.

Fruto del prestigio tan sólido de que gozaba dentro y fuera de la Corporación, en la sesión de Gobierno celebrada el día 14 de enero de 1871 fue elegido Presidente, por 22 votos, frente a 2 que obtuvo el Dr. Sanchez de Toca.

Para el cargo de Vicepresidente fue elegido el Dr. Seco.

Sorprendentemente, en la reunión siguiente, celebrada ell.0 de febrero del mismo año, se leyó por el Secretario un oficio del recién designado Presidente, anunciando su renuncia "por el estado de salud ya desde hace tiempo quebrantada y muy necesitado de un reposo mal avenido ciertamente, por no decir incompatible, con la actividad y diligencia que pide el cargo designado".

Se difirió para la sesión inmediata el tomar una resolución al respecto, con el fin de realizar algunas gestiones cerca del Dr. Asuero e intentar su cambio de actitud.

Ante su radical postura de renuncia, en la sesión de 6 de febrero, la Academia "admitió aunque con gran sentimiento, la expresada dimisión atendiendo a las justas razones alegadas".

Fue elegido, a continuación, Presidente, por unanimidad, el Dr. Sánchez de Toca.

Dotado de una salud mediocre, el Dr. Asuero siguió trabajando, aunque con las restricciones obligadas a causa de su avanzada edad y frecuentes catarros febriles. Hay indicios, incluso curiosos, en sus biografías, que permiten suponer que fue un fumador empedernido.

Fiel a su celo profesional, hacia de vez en cuando salidas nocturnas, a cualquier hora, para atender a algún paciente grave que le requería con urgencia. Así aconteció en la noche del viernes 21 de febrero de 1873, en la que, después de visitar a un enfermo, regreso a su domicilio a media noche, notando sus familiares que se había recrudecido su afecto bronquial, con afonía notoria y elevada fiebre.

Al siguiente día, sábado, se negó rotundamente a que avisaran a algún compañero para que le atendiese, pero según avanzaba el día y ya de noche, notando que su mente se obnubilaba y la hipertermia seguía ascendiendo, se aviso al Dr. Corral, Marques de San Gregorio. Este, en consulta con otros ilustres compañeros y amigos, los Dres. Alonso, Olivares, Amores, Calleja, Martínez Molina y Manrique (que espontáneamente acudieron al conocer la noticia de su enfermedad), sospechaban si se trataría de una intermitente perniciosa "aunque la opinión más aceptada era la de un derrame cerebral o pulmonar, o los dos juntos a la vez". La Certificación post mortem de San Martín que le asistió asiduamente hasta el último momento, señalaba por causa del óbito, una congestión cerebral.

Atendido solícitamente por el sacerdote D. Alfonso Iniesta, Capellán de la Encarnación, a las ocho de la tarde del domingo, 23 de febrero de 1873, expiro el sabio Dr. Asuero, en su casa de la Calle de Alcalá nº 70. El cadáver fue conducido a la Sacramental de San Luis y San Ginés e inhumado en el panteón familiar, donde reposaba su esposa.

El funeral que se celebro en sufragio de su alma resulto concurridísimo y muy solemne, pese a lo dispuesto por el extinto en su testamento por tantos motivos aleccionador: "Que se haga con la mayor sencillez, sin tirar ni repartir esquelas de invitación ni otro aparato ostentoso",

Al comentar la triste nueva, se puede leer en el nº 2 de marzo de 1873, en El Siglo Médico: "pocos serán los médicos españoles que dejen de conocer más o menos, lo que fue nuestro querido amigo. Los que han tenido la suerte de tratarle que son muchos también, no olvidaran jamás el encanto de sus palabras, la energía de sus pensamientos, toda aquella interesante y marcadísima personalidad que se distinguía profundamente por rasgos característicos".

"Severo, tranquilo, elevado en sus juicios, discreto y firme en sus convicciones y en sus actos, entrañable en sus afecciones, llevando a todas sus determinaciones el suavísimo perfume de una caridad ejemplar, de un amor al arte, de un desinterés, de una abnegación sin límites en el cumplimiento de su deber, no pudo menos el Dr. Asuero que suscitar en torno suyo, calurosas simpatías, amigos apasionados, cuyo cariño rayaba en adoración".

Como persona, "fue un jefe de familia cuidadosísimo de su casa, previsor de su administración, buen esposo, excelente padre, amparo de todos los suyos, y atento siempre a proporcionarles esmerada educación, ejemplos dignos y porvenir decoroso".

Como profesional, "fue un medico sabio, de moral exquisita, celoso de su honra, entusiasta de su profesión, amigo de sus clientes, observador, atento, desinteresado".

Como maestro, "fue un Catedrático modelo en sus lecciones, en los tribunales y Claustro, tan enamorado de la enseñanza, que anteponía el deber docente a toda consideración utilitaria".

Su principal biógrafo asegura, asimismo, que fue "un escritor lógico, persuasivo, original, florido y poético, en cuyos pensamientos resalta profunda observación, talento clarísimo y que atento al cui bono, todo lo encaminaba a aplicaciones prácticas de utilidad y transcendencia".

Como consecuencia obligada del gran prestigio alcanzado y de su valía personal que nadie discutió, fue objeto de múltiples distinciones. Pertenecía a la Academia de Ciencias exactas, físicas y naturales y a un sin fin de corporaciones científicas españolas y del extranjero.

Reinando Amadeo I de Saboya le fue concedida, a propuesta del entonces Ministro de Fomento, D. Francisco Romero Robledo, la Gran Cruz de la Orden Civil de Maria Victoria, por Decreto dado en Palacio a 15 de abril de 1872.

Por su especial carácter, de natural humilde y también, seguramente, por el ajetreado régimen de vida para atender a sus numerosísimas y apremiantes obligaciones, docentes y profesionales (tuvo una clientela abundantísima), el Dr. Asuero escribió y publicó con mucha parquedad.

Sin embargo, es obligado que en este lugar demos alguna referencia, siquiera sea sucinta y abreviada, de algunos de sus trabajos, que como verán nuestros lectores, además de originales son altamente instructivos.

Citemos, en primer término, el Discurso pronunciado en la solemne apertura de las sesiones del año 1854 en la Academia de Medicina de Madrid y que lleva por lema ¡Qué de cosas en una ley!

Trató en su Discurso del tan debatido tema en todos los tiempos, el procedimiento o sistema de oposición que se había establecido entonces para seleccionar a los aspirantes a Cátedras, censurándolo con una serie de argumentos que después han sido tantas veces utilizados por los que así pensaron y piensan.

Consideraba que ese sistema de oposición no era verdaderamente valido para poder valorar la autentica capacidad y apropiadas cualidades docentes de los aspirantes, a los que, por otra parte, se les condenaba a hacer una preparación oportunista y memorística, sin mayor interés al fin seleccionador comparativo que era de desear.

Censuraba acremente la crueldad del procedimiento, en ese enfrentamiento descarnado a que se obligaba a los opositores, mediante las famosas "trincas" y aseguraba que su experiencia ya dilatada como juez, le permitía afirmar que sería mucho más eficaz colocar al aspirante en las condiciones reales en que después se movería, permitiéndole la preparación de una lección de un día para otro y observando su capacitación técnica, tranquila y reposadamente, en la Clínica o en el acto operatorio.

Apoyaba también su propuesta de modificación radical del sistema de oposición, por otro, según las ideas vertidas, en la seguridad de su mayor eficacia y en mejor servicio de la justicia. Habría que seguir el ejemplo de otras naciones europeas y americanas.

Fue un discurso que tuvo, como era de esperar, un eco muy sonado, tanto en la prensa profesional (en aquel entonces se editaban cinco periódicos médicos en Madrid), como en la política, no sólo por el propio interés del tema, siempre sobre el tapete, sino por el propio prestigio de que gozaba el autor.

Otra intervención del Dr. Asuero que tuvo asimismo, gran repercusión en los círculos médicos y entre el público en general, fue su enérgica diatriba contra la terapéutica homeopática, en una serie de lecciones con el título: "Lecciones sobre los fundamentos de la Terapéutica sustitutiva u homeopática". Fueron dadas en la Facultad de Medicina de Madrid en el Curso de 1849 a 1850.

Como Catedrático de Terapéutica General, Farmacología y Arte de recetar, se creyó obligado a intervenir en contra de ese original método de tratamiento, intentando contrarrestar los argumentos de los que recomendaban -o al menos admitían como interesante y valido- como se podía ver en la Terapéutica de Trousseau y Pidoux, obra que él mismo seguía en su preparación de la lección magistral, a diario.

Como se sabe, los partidarios de la terapéutica homeopática seguían ilusoriamente el secular principio del similia similibus, suponiendo, por ejemplo, "que una enfermedad de carácter irritativo, podía ser curada por un medio irritante también".

En su primera lección, Asuero demostró "que no se halla jamás similitud verdadera entre el fenómeno morboso y el provocado por el medicamento y que la curación se obtiene cuando se debe al agente medicinal, no a sus efectos semejantes a la enfermedad, sino a los diversos o contrarios a la misma". En esa primera lección (que por desgracia fue la única publicada), el autor sienta las bases -solidas e incontrovertibles- para neutralizar la enorme propaganda difundida en su apoyo, por una gran masa de simpatizantes y fanáticos adeptos, que usaban para ello, argumentos la mayoría de las veces, inconsistentes.

En otro Discurso de apertura de Curso de la Universidad, Asuero trató de los fundamentos y medios para llegar a una mejor selectividad en las aficiones y camino a seguir para elegir con acierto, la profesión, Ciencia o Arte.

En principio, dio como demostrado "que los hombres no nacen con la misma aptitud para todas las Ciencias y Artes" y por otra parte "como se decide de hecho la elección de las profesiones, las mas de las veces al azar; sin consultar la positiva disposición ingénita del individuo".

Finaliza el trabajo con la exposición de "los más seguros medios para conocer el ingenio especial y sobresaliente de cada uno, a fin de hacer, con el acierto posible, la elección de carreras y profesiones".

Se trata pues, de un discurso de gran interés, sobre tema siempre actual y sobre el que después de aquellos tiempos se ha avanzado en gran medida, con aplicación practica muy ventajosa.

Como expresión de sus explicaciones en la Cátedra, se propuso el Dr. Asuero publicar un verdadero Tratado de Terapéutica, con el título de "Programa de ampliación de terapéutica e hidrología medicas".

Por razones que se nos escapan, no llegó a la imprenta más que la primera parte, en forma de opúsculo que consta de 87 páginas. Se edito en Madrid. Imprenta Médica de M. Álvarez, calle de San Pedro, núm. 16, bajo. 1868.

El Capitulo I trata de la "Fuerza medicatriz, comentando lo ya definido por el Profesor Chomel: "no hay duda que en el hombre, como en los demás seres organizados, existe una fuerza vital o pujanza interior que preside todos los fenómenos de la vida... "; "la misma causa que con espontaneidad cura y remedia nuestros males" dice en el opúsculo, Asuero.

En torno a estos conceptos hace una serie de consideraciones sin duda interesantes, sobre todo en aquella época.

En el Capítulo II, se refiere a las hemorragias en general, a las que se dan en las heridas por ablusión, por contusión y por incisión; después considera y trata de la apoplejía cerebral y su terapéutica natural y artificial, para rematar con el estudio de la patogenia de la hemoptisis tuberculosa y su terapéutica.

Finaliza el Capitulo tratando de las hemorragias puerperales y su terapéutica.

Analiza detenidamente en esos diferentes tipos de hemorragias, la llamada fuerza medicatriz. A seguido, habla de las fracturas y necrosis, con su terapéutica.

EI Capítulo III hace referencia a "Consideraciones generales acerca de la terapéutica natural o sea de la fuerza propia que espontáneamente actúa, de ordinario, en el proceso de curación".

Sin espacio para un detenido comentario de este curioso texto, añadiremos solamente que su lectura resulta muy instructiva y grata, por su positivo valor conceptual en cuestiones harto obscuras y tan debatidas entonces.

Limitémonos y como obligado final, a recordar por sus títulos, otros trabajos del Dr. Asuero: "Memoria sobre la frenología", "Memoria sobre el cáncer", "Memoria sobre los instintos", entre las más relevantes. En todos ellos, destaca de manera brillante un contenido denso y enjundioso (abundante en originalidad) al servicio de una calidad literaria nada común.

Esperamos que quienes hayan leído las precedentes páginas, al finalizar aquí su lectura, tendrán la sensación inequívoca -como yo mismo la tengo- de que este ilustre antepasado nuestro, fue un autentico personaje y figura relevante de la Medicina española, ejemplo de virtudes a imitar, de entre las que destacan algunas especialmente, como la laboriosidad inagotable y sin pausa. A él se podría aplicar aquella provechosa sentencia de Plinio el Viejo: Nulla dies sine linea ("ningún día sin trabajo").+

Fuente: “Galería de Presidentes de la Real Academia Nacional de Medicina”, Valentín Matilla Gómez, Real Academia Nacional de Medicina, 1982.